"Clanc"
"Clinc, clinc, clinc"
Apenas 15 años separan los sonidos del silencio.
Una tapa metálica protege la llave donde el funcionario abre el paso de agua para limpiar las calles del viejo Madrid de los años 60; calles adoquinadas que brillan como el acero cuando mangueras de tela apretada y boca de poderoso metal, disparan un chorro disperso pero compacto... y la calle, aún iluminada por farolas de luz cansina, parece recobrar vida y llevarse el agua las miserias de la noche.
Entonces el barrendero corta el agua mientras charla con el sereno que maneja llaves y chuzo, patea la tapa que tapa la llave y ¡zas! suena el "clanc", sonido seco que rebota en eco de ciudad vacía.
El muchacho, llegado al mundo hace pocos meses, y como todas las madrugadas en brazos de su madre que aprieta el paso hacia el metro del barrio de Tetuán, recuerda que sonidos y amaneceres le perseguirán el resto de la vida que le quede por quedar.
El gato se acomoda en el cajón, haciéndose hueco a mi vera.
Una caja de tablas delgadas, bien engrasadas por aceites que le llegan por el trajín del lugar, queda bajo el mostrador de mármol... desgastado al centro por el paso del cuchillo romo; y allí, entre la viruta de serrín limpio, olor a madera... y el gato que no ceja en su empeño de arrimarse, allí... se adormila el muchacho que ya empieza a soñar, sin saberlo.
-Parece que llora un niño- Eso dice la señora que pide unas porras, calentitas y la del centro de la rosca, mientras mi madre desgasta mármol y ensarta el género en juncos de charca.
-Es el gato, que ronronea en el cajón- Mentira piadosa de madre... de las de antes.
Mi padre sonríe mientras aprieta la churrera sobre un aceite a punto de hervir.
El "clinc, clinc, clinc" llegaría años más tarde cuando, también de madrugada, el destartalado autocar que trajina entre Madrid y Manzanares el Real, descarga carga y viajeros. Así lo recuerdo:
"Entre dos luces, con un cielo rojizo que desgarra nubes largas, el destartalado autocar vertió frente a la Iglesia, por la única puerta de salida, un tropel de gente variopinta y dicharachera. El conductor, un tipo barrigudo y sudoroso, embutido en una camisa gris a todas luces escasa y masticando un puro a punto de abrasarle los labios, abrió el maletero.
Apremiados por una prisa invisible, desde luego no pretendida por el chófer que ya nos miraba socarronamente desde la puerta del bar cercano, copa de orujo en mano... Todo el mundo se lanzó a por sus pertenencias, y me tocó rebuscar entre las barras del maletero hasta encontrar la mía.
Una mochila de loneta gris, bien marcados sudores antiguos en la espalda y escasa para el contenido, como la camisa del conductor, con fondo de serraje a juego con las hombreras.
Recorremos la carretera polvorienta desde el pueblo hasta "Casa Julián", a un lado del río Manzanares, bajo un tempranero sol de justicia que anuncia tormenta. Luego, la vereda que las jaras pringosas se empeñan en devorar y ocultar de la vista un sendero bien marcado por el paso constante de montañeros, que hoy parecen ausentes.
Más allá se abre el paisaje conformando un circo repleto de nombres imposibles: el Cancho de los Muertos, el Pajarito, las Torres, la Esfinge, Peñalarco, los Fantasmas, la Maza, Peña Sirio... y en el centro, como presidiendo aquel roquedo desgastado por milenios de lluvias, el Risco del Pájaro".
El mosquetón de acero conecta el estribo de peldaños metálicos, de aluminio, con el clavo que serpentea la grieta del granito "pedricero"... Y retumba el eco ligero del "clinc, clinc, clinc"... tantas veces como pasos avanzando por el muro.
Ese sábado tocaba navegar la vía Tino" en Cancho Amarillo... buen comienzo para clavos y estribos.
-¿Qué tal se ve?- Eso dice el compañero que aguanta reunión.
-Bien- Mentira piadosa de un amigo que no quiere preocupar.
Apenas 15 años separan los sonidos del silencio.
Continuará... o eso espero.
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