... las "zetas" de Galayos (Gredos). Autopista al cielo... |
Me alcanza un recuerdo de cuando la pandemia, conjunciones planetarias y cenizas al viento. Parece lejano aquello, pero no lo es tanto...
"Dejamos a un lado el Nogal del Barranco y nos liamos a subir la cuesta que cuesta. Un camino empedrado que, la gente de montaña, llamamos "carril", sobre el que se deslizan gravas y pequeñas lajas sonoras; una música metálica que aumenta cuanto más soledad existe.
Atrás va quedando el pinar que, en nuestro caminar y con un par de "zetas" largas y amables, nos sitúa a cierta altura del río Pelayos, repleto de bolos viajeros que las tormentas se han encargado de moldear. Se empina el camino y se acortan las "zetas"; buen trabajo de obreros y maestros canteros, construido para que el rey Alfonso XIII alcanzara buen lugar de tiro a la cabra montés.
Cuando ya el terreno anuncia montaña, poco antes de las fuentes, me da por pensar que no estoy seguro de querer estar. Ángel y Juan, me han convencido para vivaquear en la cumbre de la Mira ¿vivaquear en la cumbre de la Mira? Pero si ya estamos hartos de ambas cosas: vivaquear y la Mira.
Es 25 de diciembre y no tendremos cena familiar "como es debido", pero ¿hay algo como es debido en éste año?
Va quedando el Pelayo allí abajo, mientras se alzan a la derecha las primeras agujas y paredes del Galayar. Aparecen parches de nieve sucia y encontramos la fuente del Amanecer y luego, más arriba, la de Macario "el guardián de Galayos"; gentes de Guisando, su pueblo, montañeros y escaladores, guardamos su memoria y sentimos la pérdida.
Hace rato que se escondió el sol por el Cervunal, una montaña que me respetó la vida cuando poco valía. Menudea la luz en nuestro camino, ya convertido en garganta pétrea y salvaje. Estos dicen que tenemos que arrear, hay que llegar a la Mira antes de que se esconda el sol por el horizonte, pero ¿qué traman estos dos? Me llevan a matacaballo y, en una de estas que puedo levantar la vista del suelo, distingo estrellas brillantes en un cielo azulón; bueno ya se sabe que cuanto más frío, más brillan las estrellas en un firmamento que llegará al añil.
Hace rato que sobrepasamos el refugio Victory, nido de amantes de los Galayos, montañeros y escaladores; así llamado en honor de Antonio Victory: pionero de raza.
Por fin, ya entre dos luces, enfilamos la loma que sustenta la Mira, coronada por una torre de buenos cantos y que sirvió de telégrafo óptico en tiempos pasados. También recibía, hace décadas, visitas de la muchachería de pueblos cercanos que, arropados con mantas desechadas por viejas, encendían chasca con piornos recogidos a la subida; todo para iluminar la noche por las alturas.
Suena la pisada con el crujir de la escarcha que espolvorea un suelo repleto de cascotes.
Llegamos a la cumbre justo cuando el sol se esconde y entonces, estos dos, desaparecen de mi vista: uno hacia el Sur y otro al Oeste.
Si no lo oigo, no lo creo. Ángel confiesa estar aquí para observar la conjunción planetaria de Júpiter y Saturno. Juan, fiel a la tradición clásica montañera, ha escondido un pequeño belén de barro, fabricado por sus nietos. Yo... Yo no sé que hago aquí, pero aprovecho el momento y cumplo con un rito personal: lanzo al viento cenizas de seres queridos; un pequeño bote que relleno en casa, siempre viaja en la mochila y reparto por las montañas de esta Tierra.
Me apresuro a buscar sitio y encender el hornillo para calentar una cena escasa.
Hace frío y, ya dentro del saco, mientras me adormila el ronroneo del infiernillo, llegan estos dos con una sonrisa que todo cura.
Misión cumplida: belén de cumbre, conjunción planetaria y cenizas al viento.
De cena: sopa de sobre.
Una Navidad distinta... El año de la pandemia".
No hay comentarios:
Publicar un comentario