Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


lunes, 30 de diciembre de 2024

La rimaya.

Entre dos luces, a punto de que la tarde pase a noche por la dehesa castellana, cuarteo las últimas rodajas de la recién caída encina que no resistió el último viento de la temporada y entonces... entonces, me alcanza una brisa que me hiela el sudor de la espalda.

Me recuerda al frío de la rimaya: ese espacio que separa hielos del glaciar del muro rocoso donde comienza la pared, un lugar, a veces imposible de sortear, otras amable pero inquietante y casi siempre difícil de superar.

Suelto la maza y recojo los trastos: motosierras, gasolinas, aceites, limas, cepillos, embudos, trapos, botiquín, máscara y guantes; por cierto, esto de hacer leña tiene tantos bártulos como escalar... y también conviene ser cuidadoso para triunfar.

Se acerca el "ganao" del vecino, a ramonear, mientras los perros lo mantienen a cierta distancia; que no es que embistan... pero ¡y si sí!

¡Pim, pam, pim, pam! Nada hay como darle al hacha, para mejorar.
Ya lo dice el refrán: "Cuatro veces calienta la leña: cuando se corta, cuando se carga,
cuando se descarga... y cuando se enciende".

Toda la escena puede convertirse en el relato de una escalada alpina, incluyendo compañeros y cosas a recordar.

En casa, mientras suena la "italiana" y la noche ya es negra como la rimaya y el café que borbotea sin piedad, reviso los cuadernos de espiral, buscando recuerdos que recuerdo haber escrito:

"... andar y desandar, subir y bajar, trepar y destrepar... durante horas y días; perdido el sentido del tiempo, solo el cansancio como medida para descansar... calentar un té y continuar.

El valle, la morrena y el glaciar; la rimaya... y por fin la pared.
Luego - nunca es seguro - unos días más tarde la cumbre.
Y de nuevo la pared, la rimaya, la morrena, el glaciar... y el valle, que siempre se antoja más verde.
Igual que al comenzar, pero en sentido inverso... igual que siempre pero siempre diferente.
Soñaste que soñabas un sueño, como tantos otros sueños que sueñas soñar; no conseguirás todos los sueños que sueñas, pero lo importante es soñar que sueñas alcanzar un sueño - a estas alturas ya debes saber que lo importante no siempre es el final -... que no alcanzarás todos los sueños que sueñas... y que los sueños sueños son...".

La rimaya se traspasa entre dos luces, casi siempre; del glaciar a la roca, también puede ser a hielo o nieve dura que se resistió a despegar de la roca... pero vamos... que al final tendrás roca pulida y fría. Una zancada, en el mejor de los casos, y ¡zas! recibes el aliento procedente de la negrura; así como cuando recorres el pasillo de los yogures, en tu "súper" preferido.

...rimaya "amable" en la entrada a la vía Contamine de
las Petites Jorasses (Alpes)...

También ocurre que puedes tener más problemas si al huir de la pared, se ha de atravesar la rimaya al descenso, como nos ocurrió en la norte clásica del Cervino... un invierno:

"Todo fue perfecto hasta que, envueltos en la ventisca, traspasamos lo que creíamos era la rimaya, y empezamos a destrepar una pala de nieve que intuíamos nos llevaría dulcemente al glaciar.
Pero no fue así... la montaña es aprendizaje continuo y no todo es lo que parece.

Resultó que la vertical de las cuerdas nos llevó bastante más a la derecha de la entrada que iniciáramos en la madrugada, y ocurrió que nos encontramos con dos rimayas más, que no vimos ni se nos ocurrió pensar existieran; desde arriba no se mira igual... y se hace necesario escuchar las señales.
Todos atados, todos destrepando la pala de nieve, cara a la pared, y ¡zas! de repente coloqué un pie en el aire justo para ver, con el subidón de adrenalina y ya volando... la bóveda azul celeste que se abría ante mí.
Un tirón, un parón... y otro tirón que me llevó al suelo.
Luego llegaron los compañeros, que se estrellaban a mi lado, envueltos entre las cuerdas y espolvoreados de blanco.
El último, claro está, recorrió más metros... y jamás le preguntamos que sintió, solo que salió perjudicado y hubo que empezar a navegar, ya en noche cerrada, con ventisca y cuerpos acorazados de hielo... para encontrar el regreso al refugio Hornli".

Las rimayas son como la vida misma: nunca se sabe lo que te espera. Y pueden ser enormemente largas a lo ancho, anchas a lo largo, rectas o curvas... incluso caóticas, también invisibles... y hablan, a veces mucho.
Normalmente te esperan al principio de la pared, pero también habitan en los enormes seracs que taponan una ruta ¡y tocará atravesar otra rimaya, te pongas como te pongas!

... rimaya larga ¡de largo!

Las sensaciones de bajar a lo negro de una rimaya son exactamente iguales a las de descender a una grieta... así lo viví en el Pucaranra (Cordillera Blanca-Andes)

"... lanzo las cuerdas al fondo de la grieta, con un gesto de perezosa dulzura... suplicando, en silencio, que todo salga bien.
Me recibe el frío aliento de la negrura; pocos metros más abajo ya se pierde el nylon y penetraré en un reino que no logro ver.
Me coloco en el borde, como un reo pisaría la trampilla que cederá, y -al mismo ritmo que la fiebre me obliga a un lento parpadeo- cruzo la última mirada con Javier que, sentado en la nieve, afianza con su peso la única estaca de aluminio de la que colgaremos; no sé... veo cansancio en sus ojos y -si pudiera verme- miedo en los míos.
Solo unos pocos metros y ya estoy helado... solo unos segundos son suficientes para robarme el calor; oscuridad rota por los rayos de sol que luchan por entrar; arriba... cada metro más lejano... un agujero de esperanza que se hace más y más pequeño, mientras desciendo hacia un espacio desconocido.
Caen cristales de nieve cuando las cuerdas cortan el borde, como el acero caliente la mantequilla; me gusta y alzo la cara para  recibir aquello que cae de la luz.
La tarea será encontrar una posibilidad para alcanzar la otra orilla de esta grieta -en un glaciar colgado, cercano a los 6.000m., del Pucaranra- y habrá que bajar para volver a subir. No vemos alternativa distinta.
Va para tres días por aquí.
Tengo más miedo que vergüenza... y esto tampoco será suficiente; estoy en las tripas del glaciar, un lugar que no me pertenece.
La luz de la linterna frontal pierde fuerza, apenas ilumina mis botas que se recortan contra un pozo sin fondo.
Como si me hallara en una burbuja -de luz tenue- las cuerdas se pierden, arriba y abajo, en la oscuridad. 
Solo unos segundos antes de perder contacto con la pared, un estratificado horizontal que sobresale del muro helado -hielos prensados que indican milenios, sucios y repletos de aire apresado en burbujas-, roza con el descensor en "ocho" y se forma el temido nudo de alondra. Empiezo a girar como peonza y la mochila me vence la espalda.
Se pierde el final de la cuerda con un "alegre" balanceo que indica cabo libre y cercano; la grieta se traga sonidos ajenos, los míos suenan secos y huecos... como si fuesen de otro. 
Todo se pierde -todo- contra un abismo negro que parece respirar. 
No sé como será el infierno pero, en este al que desciendo, no me abrasarán otras llamas que no sean las que me encienden las sienes..."

...¡ahí estamos! atravesando la grieta que rompe el serac colgado...

Yo creo que por hoy tenemos bastante, lo mismo mañana o pasado... o así, tan pronto regrese al tajo que ya urge, pues me da otro frío y recuerdo más cosas.
Os deseo un bueno, buenorro, 2025... y que se cumplan sueños por doquier.



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