Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Chacraraju II


Entre dos luces de un nuevo día el comandante Cienfuegos… buen nombre para un piloto acelera motores y nos aprieta contra el asiento. El avión levanta el morro y las ruedas traseras pierden contacto con el suelo el mismo suelo que hace unos meses nos parecía imposible perder de vista.

Minutos antes, las azafatas se empeñaron en explicar al pasaje con gestos bien aprendidos, donde se encuentran los chalecos salvavidas y las puertas de salida no sé… me da por pensar que saltar de aquí con el chaleco puesto no tiene garantías. Busco a Paco con la mirada, tratando de adivinar en sus ojos todo aquello que siente solo unas semanas antes conoció el mar por primera vez un fin de semana al regreso de Picos de Europa. Ante su insistencia pasamos por San Vicente de la Barquera y, mientras los demás devorábamos sardinas a la plancha en un quiosco de la playa Paco permaneció en pie, con pantalón remangado y sandalias en la mano mirando al horizonte infinito mientras las olas, en su constante ir y venir le salpicaban de espumas blancas.


Tenemos por delante un viaje largo, hacia el oeste y ganando día, con escalas en Santo Domingo (Bogotá) y Quito (Ecuador)… por lo que cenaremos una vez y desayunaremos tres cosa que no nos incomoda en absoluto. Antes se viajaba bien en Iberia.
En Santo Domingo, Miguel se agencia un objetivo de 200 mm. que se convertiría en la posesión mas preciada durante la expedición y los fumadores nos cargamos de tabaco que siempre será escaso.

Por fin traspasamos la puerta de salida hacia un país distinto y nos toca lidiar con todo tipo de ofertas que nos propone una multitud de limeños a la búsqueda de turistas despistados.
Elegimos un taxi de dimensiones descomunales que carga con todos nosotros y el equipaje además todavía tiene sitio para el conductor que, aunque le apretamos bien contra la puerta, maneja el vehículo con una sola mano la otra no logramos verla y nos inquieta.

Atravesamos arrabales de infinita pobreza, chabolas de cartones y chapas onduladas niños descalzos que persiguen perros tan famélicos como ellos gentes tirando de carretas repletas de posesiones recogidas en el inmenso basurero que habitan. Vuelvo a buscar los ojos de Paco sé que a él esto le entristece y le veo con el cigarrillo en la boca, apoyado en la ventanilla y perdida la mirada.

Lima se nos antoja una ciudad algo sucia y caótica, inmersa en una neblina constante que no atraviesa el sol todo parece estar cubierto de un fino polvo arenoso pero tendremos tiempo de descubrir buena parte de lo que esconde y el trasiego de sus gentes buscando mejor futuro. De momento ya nos parece un logro llegar al hotel, asearnos y dormir como niños.


Se presentan días frenéticos a la búsqueda de contactos que nos faciliten información sobre como manejarnos por aquí… porque no sabemos como desplazarnos, donde cambiar dinero, buscar un hotel más económico, como sacar las cajas rojas de la aduana y por no saber ni donde está el Chacraraju.
Nos llevará unos cuantos días adaptarnos eternas jornadas en las que llegamos a pensar que acabaríamos de turismo limeño sin ver los Andes todo ello agravado por el hecho de aparecer por allí precisamente en las Fiestas Patrias, cuando el país se paraliza durante unos días.

Entretanto, el destino se afana en que aprendamos lo que no está escrito y espabilemos antes que nos engulla la ciudad.

De momento conseguimos cambiarnos de hotel y pasarnos al Hostal Sol, regentado por un murciano que nos trata como a reyes y se desvive, junto con su mujer, en que la chiquillería española consiga salir de Lima hacia las montañas tan cerca y tan lejos.
Pasan los días sin pena ni gloria, excepto un terremoto que nos obliga a correr escaleras abajo cuando vemos que las camas de la habitación tienen vida propia. También hay ambiente de fiesta en la ciudad y alborotos callejeros que exigen al Gobierno mejores condiciones de vida y en los que nos vemos inmersos corriendo sin rumbo mientras nos persiguen los palos y coches policiales ¡lo que nos faltaba! igualito que en Madrid.

Al menos ya sabemos como cambiar en el mercado negro, como discutir el precio del autobús, esquivar a los tironeros en moto, negociar con los taxistas y comer aceptablemente aunque en esto último, el buenazo de Paco nos trae por la calle de la amargura. No es posible terminar una comida sin que una chiquillería en las manos botes oxidados golpeen dulcemente los cristales del restaurante, en señal de petición.


Paco los llama y entran raudos el camarero protesta…”Señor, vendrán muchos”… y Paco a lo suyo repartiendo lo propio y de los demás y a veces “¡traiga tres menús, rápido! no andamos sobrados de efectivo pero le dejamos hacer que nos alegra el alma aunque comamos poco.

Javier lleva días luchando con el papeleo en el puerto del Callao al menos ha conseguido ver nuestras cajas rojas y, por fín un día, dominando la técnica del soborno al más puro estilo gánster”… las vemos salir en el coche del agente de aduanas que le ayudó con los trámites. La primera alegría en éste camino de baches pero ya lo decía mi padre …“Carlos poco dura la alegría en casa del pobre.


Antonio regresa un día al hostal apesadumbrado y nervioso le han robado la cartera en el autobús, con la parte proporcional de los dineros del grupo además del suyo propio. ¡Joder! como dice un viejo amigo mío hasta el tiempo se pone en contra del obrero.


Decidimos dividirnos en parejas de a dos de lo contrario, siendo uno más, serían tríos. Primero Paco y Nacho que alquilan un coche colectivo a Huaraz, más tarde Miguel y yo en autobús y por último, como penitencia, llegarán Antonio y Javier, montados al descubierto en la caja de un camión que transporta sanitarios, sacos de legumbres, televisores, piezas de acero, puertas metálicas, bultos sin definir incluso, yo diría, un niño gordito que vive allí.

Armados con palos de buena madera aguantan el día y la noche de una jornada de veinte horas mientras el camión asciende renqueando, en primera, hasta el paso de Conococha a más de 4.000m. de altitud momento en que aprovechan los cacos para intentar saltar a la caja y echar a la cuneta toda la mercancía posible. ¡Ah amigos! pero para eso están nuestros chicos como centinelas sin relevo y explicar a los intrusos que ni hablar del asunto. La de cosas que se aprenden viajando.

En Huaraz brilla un sol espléndido con los Huascaranes y Huandoys de telón de fondo algo que, por primera vez en meses, soñábamos con ver en directo un sueño que prometía convertirse en realidad y por el que tanto empeño pusimos y tantas cosas hubo que dejar atrás.

Las avanzadillas del grupo han sido efectivas y ya tenemos sitio donde dormir, lugares donde comer, cocinero/guardián del campo base un tal Antonio, donde alquilar tiendas y enseres, supermercado a buen precio para las viandas, contactos que faciliten más contactos y hasta una fiesta improvisada a base de pisco, cacahuetes y música de Julio Iglesias con chicas y todo. La vida es bella. La de cosas que se aprenden viajando.

¡Hombre! también pagamos un precio por integrarnos en el entorno unos días de diarreas constantes y furiosas, que nos obliga a salir del hotel con un rollo de papel higiénico colgado del cinturón. y que mitigamos con ingentes cantidades de zumo de limón y platos de arroz que no se los salta un canguro.


Huaraz era otra cosa una pequeña ciudad andina al borde de los gigantes nevados, una mezcla de gentes que visten de forma tradicional y se expresan en un lenguaje a caballo entre el quechua y el español. También están los que accedieron a otra educación y mantienen un equilibrio hacia la modernidad. Gracias a ello conocemos a un tal Pepe, propietario del Hostal Barcelona un ejemplar salido de las Ramblas, más listo que el hambre.. y a nuestro cicerone Batty, un andino, que años después se convertiría en guía de montaña, viajaría a Europa y se formaría en Suiza. No pudimos pagarle su esfuerzo aunque él nunca lo buscó ni le importaba. Gracias al ingeniero Zamora que nos puso en contacto con un colaborador suyo Arias conseguimos estacas de nieve y sobretodo indicaciones de cómo llegar al campo base del Chacraraju y al glaciar que lo defiende.

Así las cosas cubríamos un camino que se nos hacía eterno pero nos acercaba al sueño definitivo llegar al campo base y ver al monstruo bello curioso esto de los adjetivos.

En casa de Batty, el benefactor, abrimos nuestras preciadas cajas rojas”… y allí estaba todo nuestro tesoro intacto. Luego…tras vaciarlas y meter todo en sacos de arpillera, concienzudamente cosidos por Nacho, que también se encargó de lidiar en el mercado local para comprar verduras, latas, carnes, legumbres… las cargamos en una Datsun que debería arrojarlas a orillas de las lagunas de Llanganuco cosa que aquel pick-up hizo con ayuda humana para superar cuestas polvorientas y de gradiente excesivo. Masticamos polvo durante los siguientes días ¡ya veis! problemitas a éstas alturas ¡Ja!.

Puesto que la logística de mandar parejas oteadoras dio buenos resultados, mandamos a Miguel y Antonio por delante, para buscar arrieros y acémilas sobre el terreno en el último pueblo antes de adentrarnos en la quebrada de Llanganuco.


Aquí, en Yungay, pudimos contemplar la potencia de la naturaleza una ciudad destruida en 1970 por un terremoto que provocó un alud desde el Huascarán, a varios kilómetros de distancia, sepultando 18.000 seres y propiedades en proporción bajo un lodo impensable. Ahora solo vemos un llano repleto de cruces y lapidas, sobre el que asoman los restos del campanario de la iglesia.

La Datsun, bien apretada al suelo con carga y viajeros, no puede ir mas allá de entre las dos lagunas y el conductor argumenta que, más arriba, no podrá dar la vuelta así que descargamos cerca de unos corralitos de piedra y contemplamos como enfila la cuesta abajo ligera y alegre como el chófer, con su bien ganado salario en soles. Es noche cerrada, empieza a llover y ya estamos en terreno de montaña la vida vuelve a ser bella, pero de Miguel y Antonio no hay noticias por lo que nos preparamos para proteger, con nuestra vida si es necesario el montón de sacos y bolsones que contienen nuestro futuro.

Estamos casi a 4.000 metros y amanece un cielo rojizo, con nubes estiradas alargadas al infinito y algo negras contra el sol incipiente. Rodeamos el montón de bultos, entre los que se reparte la comida pero no sabemos que sacos abrir ¡joder! en fin, Nacho localiza un queso manchego en una bolsa aparte esto será nuestro alimento durante dos días a la espera de que nuestra patrulla de reconocimiento nos haga felices cuando aparezcan que por fín aparecen un día con aquello de que los arrieros con quienes hablaron no cumplieron ¡si es que ya lo decía mi padre!. 
De nuevo tan cerca y tan lejos a los pies de la montaña soñada y con cientos de kilos bien empaquetados a la espera de transporte.

No podemos contener la curiosidad de ver más allá de las inmensas paredes rocosas de la quebrada queremos ver el Chacraraju, no sea que sea un sueño y nos despertemos de una mala pesadilla. Dejamos al cocinero/ guardián Antonio Vargas a cargo de la vigilancia y subimos por la loma que defiende el glaciar que sustenta el inmenso Huascarán.


Las nubes no desvelaron la imagen que deseábamos a cambio, llegamos hasta los 4.700 metros, andando sin pisar nieve mientras nos vigilaba una cara norte de proporciones desconocidas no sé… me dio por pensar que todo era muy grande por aquí.
A la bajada, muertos de hambre, Nacho decide meter navaja a uno de los sacos y ¡zas! la vida es bella aparecen huevos, bien protegidos, pan y un pedazo de beicon importante no hay más que hablar, la sartén es fácil de localizar por el mango que atraviesa uno de los sacos.

Hay veces en la vida que uno no sabe por qué ocurren las cosas pero ocurren y cada uno tendrá teoría propia lo cierto es que al olor de la fritanga, aparece por allí David, un muchacho de apenas trece o catorce años él siempre dice más que se nos queda mirando y al que invitamos a mojar pan. Moja pan de largo y balbucea que puede conseguirnos burros ¡joder más beicon para éste hombre!. Nacho le hace firmar un contrato en una hoja manoseada y David sale escopetado quebrada abajo.

El tío cumple como un machote y se presenta al día siguiente con doce burros y algún ayudante.


La quebrada se estrecha tras las lagunas y enfila por un cortado lateral que recorre un camino estrecho y airoso vemos el Huascarán y Chopicalqui en toda su grandeza vigilando nuestros cortos descansos para apretar la carga de las acémilas y dejarlas respirar van bien cargadas, como nosotros en la parte correspondiente. El corazón se agita, no tanto por el esfuerzo como el deseo de llegar al lugar que definen las palabras mágicas ¡campo base! ¡joder! ha costado llegar aquí.

Y aquí estamos organizando un lugar en el que viviremos unas semanas, ya con otros asuntos a resolver acomodándonos al entorno, buscando nuestro camino hacia el glaciar, aclimatando y cuidando unos de otros no sea que la liemos.


El lugar se nos antoja de sueño siempre con los Huascaranes de centinelas, lejanos pero inmensamente presentes días despejados, nevadas dispersas y noches de luna que recortan su silueta.

En un descanso me aprieto un cigarrito mientras, de reojo, observo a éstos tipos que se afanan en colocar bultos, acondicionar terreno y levantar tiendas no sé… les he dado lo suyo y todavía me quieren el glaciar del Chacraraju, encima nuestro, lanza sobrante. A las cuatro de la tarde nos alcanzan las sombras luego nos asedian las vacas andinas; más tarde se pone a nevar y, ya en los sacos, descubrimos que existen ruidos de las montañas que nos rodean.

La vida es bella y ahora veremos si algo aprendimos desde los comienzos en que a alguien se le ocurrió la idea de subir una montaña imposible.



4 comentarios:

  1. Carlos, me he quedado pegado al texto. No he podido dejar de leerlo, y eso, en internet, ya sabes que es muy difícil ¡¡¡Qué recuerdos de Perú¡¡¡ Según leía me veía a mi mismo escribiendo en Huaraz mis pensamientos...
    Buena entrada, da gusto leerte.

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    1. Gracias, Urboneti... me alegro que te haga recordar aquellas tierras... a las que tendrás que volver irremediablemente.
      Saludos.

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  2. Me gusta Carlos espero lo siguiente con interes,un saludo.

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    1. Gracias, Luis... ya nos vamos acercando a la montaña.
      Saludos.

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