Ama Dablam... Lágrimas en el cielo.
(A Guillermo Mateo)
El tiempo puede derribarte.
(A Guillermo Mateo)
El tiempo puede derribarte.
El tiempo puede doblar tus rodillas.
El tiempo puede quebrar tu corazón,
Mantente rogando por favor, rogando por favor
Más allá de la puerta
Hay paz, estoy seguro.
Y sé que no habrá más
Lágrimas en el cielo.
Lágrimas en el cielo
(Eric Clapton y Will Jennings)
Artículo completo en Desnivel nº 373
Apenas da tiempo a terminar el cigarrillo, no debimos encenderlo... pero lo hicimos, cuando el sol se esconde tras un collado que divide dos montañas. En unos instantes estamos helados... Nos atraviesa un frío que espesa la sangre.
-¡Joder! ¿no te echarás un cigarrito aquí?-
-¿Qué mejor sitio que este lugar? - Me responde Guillermo, sin perder la sonrisa.
-La verdad es que sí... venga.
Es invierno... Estamos a 6.000 metros y estamos solos.
Nos sostiene un torreón de arquitectura imposible, rocas rotas cementadas por hielos sucios y brillantes... Un balcón sin barandilla, con las piernas colgando.
La cumbre del Ama Dablam aguanta más sol, pero nosotros no podemos aguantar más sombra.
Tiro la última foto al mismo tiempo que me abraso los labios, con esa fuerza que adquieren las brasas de ceniza cuanto más frío hace... así me lo ha parecido siempre.
El cielo aumenta de azulón a un añil oscuro que da miedo... El blanco de la cumbre hiere la vista, lo veo ya desde el interior de la tienda, cerrando la cremallera que rompe cristales de hielo.
Mañana será un día espléndido... frío y ventoso, pero espléndido.
Mañana será un día espléndido... frío y ventoso, pero espléndido.
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La región del Khumbu, ya desde Namche Bazar, se me antoja una inmensa chopera castellana por las columnas de humo, semejantes... en la lejanía, a una plantación de álamos, rectos y desnudos de hoja, que jalonan todas las aldeas que nos quedan hasta Kala Patar.
Cielos ausentes de viento, despejados y fríos, siempre enderezan humos de chascas y fogones.
Un grupo de gentes, variopinto y algo bohemio, ha decidido recorrer el Khumbu; cada uno mantiene en su interior un deseo a realizar: unos, recorrer valles y hartarse de paisaje; otros, encontrar un camino a sus montañas olvidadas; algunos, alcanzar la cumbre del Ama Dablam... el "Collar de la Madre" con la "Perla del Dablam", la última torre de hielo (serac) que defiende su cima.
Cumplimos el deber de aclimatar, recorriendo aldeas donde siempre esperan gentes sin prisa.
Atravesamos infinidad de puentes colgantes que salvan ríos congelados; cruzamos arroyos traidores y saltamos, graciosamente, de piedra en piedra para evitar patinajes.
Los yaks aprovechan cualquier situación para acorralarnos hacia el lado malo del camino.
Allí... desde Tengboche a Lobuche y hasta Gorak Shep, nos alimentan en "lodges" (alojamientos) mientras los anfitriones atizan estufas de hierro con el imprescindible y persistente estiércol de yak.
Durante las esperas nos atacan modorras, aumentadas por el sol que atraviesa los cristales de placenteros comedores, siempre con algo de neblinas que se escapan de la cocina.
Día tras día, y al siguiente día... y al otro, se mantienen cielos limpios y suelo seco que, botas de amos y cascos de bestias -quizá se pueda invertir el orden del calzado- se encargan de levantar polvaredas a cuatro mil metros de altitud.
En nuestro viaje, relajado y amable, apenas nos cruzamos con extranjeros -occidentales, como nosotros-, y muy a menudo con porteadores -orientales, como ellos- de fardos imposibles: vigas enormes que duplican su estatura, bultos secretos envueltos en sacos de arpillera bien cosidos, bidones a pares, armarios de tres cuerpos y estufas de hierro... Mientras, los niños van y vienen, siempre riendo... siempre felices, allí donde poco hay.
Yo regalo lapices "Alpina", de colores, y cuadernos en blanco... pero es Guillermo quien se lleva de calle a la muchachada.
A él le toca el papel de "jefe expedición", es decir, el encargado del papeleo y juez de paz en tierras lejanas.
A los pies del majestuoso Pumori, en la otra orilla del glaciar del Khumbu y vigilante del Sagarmatha (Everest) el gigante de la Tierra, decidimos que ya estamos preparados para que, alpinistas, víveres y equipo de escalada, recibamos la "puja" (oración) que nos proteja.
Un monje con un gorro de lana que incorpora un parche de "Mickey mouse" se encarga del asunto; ayudan en la ceremonia porteadores y cocineros.
Esto será en el campamento base a los pies de nuestro Ama Dablam. Nuestro y también de una expedición coreana, con guías que se pasean en zapatillas "Nike".
Desde aquí la "Madre", como cubierta por una túnica blanca, parece extender los brazos y recibirnos en su regazo.
Desde aquí serán algo más de dos mil doscientos metros de desnivel en diferentes grados de dificultad.
Desde aquí en adelante cuando caiga el sol... no conviene que nos pille sombra a la intemperie.
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Una mañana, tan heladora como todas las mañanas, cargamos unos yaks que nos alivien el peso de las mochilas.
Subiremos hasta donde la pedrera se endereza, algo más allá de los cinco mil metros, con todos los amigos... cada uno con su plan, aunque nos ayudan y también cargan con parte de lo nuestro. Luego nos despedimos.
Guillermo mantiene un "secreto a voces"... Desea echar un vistazo a la Sur directa de Jeff Lowe, inaugurada en 1979 y en solitario. Una "flecha" que enlaza con la clásica SO, a la altura del Dablam.
No hay condiciones aceptables y "olvida" el plan.
Montamos un par de tiendas en el campo I (5.800 m.) y, bajo el mandato de leyes no escritas, nos dividimos en dos cordadas autónomas: Ramón y Guillermo, en duo... Miguel, Luis y Carlos, en trío.
Esa noche conocemos el frío invernal del Himalaya, mientras el hornillo de gasolina, en el ábside de la tienda, se encarga de fundir hielo y nos obliga a gritar para hacernos oír... aún así, agradecemos el calor de la potente llama azul que humaniza nuestro "hogar, dulce hogar".
Esa noche Ramón, aquejado de una sinusitis sin remedio, decide que se retira de la escalada... A la mañana siguiente bajará al campo base, en una lucha sin cuartel con diferentes niveles de sufrimiento.
De nuevo, sin pronunciar palabra, se establece un "acuerdo tácito" al que ya estamos acostumbrados: escalaremos de forma autónoma, cada uno según ritmo... Y nos encordaremos, según quién esté al lado, para superar los pasajes asegurados.
Cuatro tipos a su aire hacia los seis mil ochocientos... y pico, metros de altitud. Veremos.
A estas alturas, el lector ya habrá adivinado que perseguimos la clásica arista SO del Ama Dablam, inaugurada un mes de marzo de 1961 por Barry Bishop, Mike Gill, Wally Romanes y Mike Ward.
Una ruta "normal" a una de esas montañas de la Tierra que nada tienen de normales y requieren escalar, te pongas como te pongas, para llegar a la cumbre.
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Tenemos por delante una cresta defendida por torreones de roca, como un castillo en ruinas batido por vientos furiosos.
Un largo camino con desnivel escaso hasta los seis mil metros del campo 2.
Cargados con todo lo necesario para permanecer, con total autonomía, en la montaña, empezamos la escalada con un frío atroz durante las primeras horas... Luego ya, cambia la cosa a frío tremendo, más llevadero.
Recorremos el camino, erizado de bloques y agujas de fantástico granito, cada uno a su aire o en ensamble asegurado, según convenga... hasta el primer gran obstáculo del largo día: la "Torre Amarilla", el lugar donde se concentra la mayor dificultad técnica de toda la escalada.
Cincuenta metros en torno al V+/6A en un muro vertical que se estrella contra la arista rocosa que lo domina.
El lugar está repleto de restos de cuerdas fijas en todos los estados posibles: rotas, desgastadas, endurecidas, picoteadas, acribilladas, anudadas, mezcladas, aplastadas, apiñadas, amontonadas... Y todas de un blanco mortecino que da miedo.
La mochila nos aplasta sin piedad y boqueamos como carpas de colores, mientras intentamos no agarrarnos a los colgajos de nailon... aunque, de vez en cuando, pecamos.
Guillermo tira del grupo, incansable.
Alcanzamos el impresionante torreón que alberga el campo 2. Un auténtico nido de águilas para nosotros solos y una solitaria tienda de los coreanos; es lo bueno del invierno, no hay aglomeraciones ni lucha por encontrar hueco en tan escaso lugar.
El sol desaparece cuando andamos colocando el varillaje de nuestro hogar y, como por arte de magia, desciende la temperatura hasta cifras que no quiero recordar.
Suenan los infiernillos fundiendo cristales... No hay nieves sueltas por allí, solo granito limpio y parches de hielo acerado.
En una de estas, salgo a buscar más hielos y me entretengo mirando un cielo oscuro repleto de estrellas brillantes... Y nuestras tiendas, débilmente iluminadas por las llamas de los infiernillos, recortándose en dos burbujas de amarillo chillón contra siluetas negras de montañas lejanas ¡joder! magnífico... pero, un poco más y me congelo allí mismo.
Guillermo aprovechará la tienda de los coreanos, increíblemente limpia y perfumada en su interior. Los demás nos apretamos en la nuestra, increíblemente sucia y descuidada.
Mientras sorbemos té hirviendo que nos abrasa la boca, tomamos una decisión: Saldremos lo más temprano posible que nos permita el frío... Saldremos en un intento de llegar a cumbre sin vivaquear a los seis mil trescientos metros del campo 3... Saldremos con lo puesto y poco más.
Una apuesta que solo tiene una regla a obedecer: si no hacemos cumbre a las tres de la tarde, abandonaremos el intento... estemos donde estemos.
En la mochila solo van termos de caldo, geles y barritas. Unos guantes de repuesto, frontal y una pala... por aquello de cavar una madriguera si los Dioses deciden que no da tiempo a regresar al punto de partida.
Aún no recibimos sol cuando partimos hacia la cumbre; Guillermo se lanza en primera posición, atravesando las pendientes iniciales hasta alcanzar las "Torres Grises"... luego, un terreno mixto nos lleva hacia la "Arista de los Champiñones", descarnada y en nieve tan dura como las lajas de granito que afloran por doquier.
Llegamos al campo 3, bajo el "Dablam", y Guillermo sigue imparable hacia la pendiente que baja, como un tobogán, de la cumbre... Miguel le sigue.
Lo vemos a tiro de piedra pero, miro de reojo el reloj y ya son las tres.
Luis me pide que tire unas fotos... Entonces ocurre.
Una avalancha nos obliga a clavar piolets para aguantar el empuje.
He pedido a Luis unas líneas sobre aquellos días. Este es su recuerdo:
Un largo camino con desnivel escaso hasta los seis mil metros del campo 2.
Cargados con todo lo necesario para permanecer, con total autonomía, en la montaña, empezamos la escalada con un frío atroz durante las primeras horas... Luego ya, cambia la cosa a frío tremendo, más llevadero.
Recorremos el camino, erizado de bloques y agujas de fantástico granito, cada uno a su aire o en ensamble asegurado, según convenga... hasta el primer gran obstáculo del largo día: la "Torre Amarilla", el lugar donde se concentra la mayor dificultad técnica de toda la escalada.
Cincuenta metros en torno al V+/6A en un muro vertical que se estrella contra la arista rocosa que lo domina.
El lugar está repleto de restos de cuerdas fijas en todos los estados posibles: rotas, desgastadas, endurecidas, picoteadas, acribilladas, anudadas, mezcladas, aplastadas, apiñadas, amontonadas... Y todas de un blanco mortecino que da miedo.
La mochila nos aplasta sin piedad y boqueamos como carpas de colores, mientras intentamos no agarrarnos a los colgajos de nailon... aunque, de vez en cuando, pecamos.
Guillermo tira del grupo, incansable.
Alcanzamos el impresionante torreón que alberga el campo 2. Un auténtico nido de águilas para nosotros solos y una solitaria tienda de los coreanos; es lo bueno del invierno, no hay aglomeraciones ni lucha por encontrar hueco en tan escaso lugar.
El sol desaparece cuando andamos colocando el varillaje de nuestro hogar y, como por arte de magia, desciende la temperatura hasta cifras que no quiero recordar.
Suenan los infiernillos fundiendo cristales... No hay nieves sueltas por allí, solo granito limpio y parches de hielo acerado.
En una de estas, salgo a buscar más hielos y me entretengo mirando un cielo oscuro repleto de estrellas brillantes... Y nuestras tiendas, débilmente iluminadas por las llamas de los infiernillos, recortándose en dos burbujas de amarillo chillón contra siluetas negras de montañas lejanas ¡joder! magnífico... pero, un poco más y me congelo allí mismo.
Guillermo aprovechará la tienda de los coreanos, increíblemente limpia y perfumada en su interior. Los demás nos apretamos en la nuestra, increíblemente sucia y descuidada.
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Una apuesta que solo tiene una regla a obedecer: si no hacemos cumbre a las tres de la tarde, abandonaremos el intento... estemos donde estemos.
En la mochila solo van termos de caldo, geles y barritas. Unos guantes de repuesto, frontal y una pala... por aquello de cavar una madriguera si los Dioses deciden que no da tiempo a regresar al punto de partida.
Aún no recibimos sol cuando partimos hacia la cumbre; Guillermo se lanza en primera posición, atravesando las pendientes iniciales hasta alcanzar las "Torres Grises"... luego, un terreno mixto nos lleva hacia la "Arista de los Champiñones", descarnada y en nieve tan dura como las lajas de granito que afloran por doquier.
Llegamos al campo 3, bajo el "Dablam", y Guillermo sigue imparable hacia la pendiente que baja, como un tobogán, de la cumbre... Miguel le sigue.
Lo vemos a tiro de piedra pero, miro de reojo el reloj y ya son las tres.
Luis me pide que tire unas fotos... Entonces ocurre.
Una avalancha nos obliga a clavar piolets para aguantar el empuje.
He pedido a Luis unas líneas sobre aquellos días. Este es su recuerdo:
"Corría un frío y seco mes de enero. Era mi primera expedición al Himalaya y me encontraba allí, a más de seis mil metros y en invierno, sentado a media noche dentro de la tienda puesta en el nido de águilas que es el campo 2 del Ama Dablam.
No me explicaba lo que estaba sucediendo, si hasta hace algunas horas estábamos escalando juntos, en un intento ligero de cima y Guillermo jalonaba al equipo con motivación y decisión certera.
Esa tarde los desaparecidos pudimos haber sido Carlos y yo.
Corrimos con suerte cuando un serac se desprendió del glaciar Dablam y nuestros cuerpos solo recibieron el empellón de la onda, mientras toneladas de hielo pasaban a pocas decenas de metros de nuestra posición.
Pero la Montaña no es buena ni mala, no salva ni juzga. Ella es eternidad y nosotros solo somos un parpadeo en sus dominios.
Carlos y yo, sobrevivimos. Guillermo desapareció en su regazo."
(Luis Pardo Orozco)
Pasado el susto, vemos que Guillermo continúa su ascenso y Miguel ya desciende hacia nosotros. Ninguno ha sido alcanzado por el derrumbe.
Miguel también tiene su memoria:
"Hacía viento, hacía frío y se estaba haciendo tarde. Las ganas eran muchas, la oportunidad clara y al alcance de la mano, pero estaba seguro que tendríamos que hacer un descenso épico o vivaquear en alguna repisa dando palmas toda la noche. Ambas opciones con claro riesgo de bajar con algún dedo negro.
En un momento en que nos reunimos Guillermo y yo, pues cada uno iba escalando a su ritmo, le verbalicé mis pensamientos. Su respuesta no me sorprendió ni resultó inesperada. Guillermo era así.
Le pregunté si quería la cuerda que yo transportaba y dijo que no, que destreparía.
Durante mi bajada se desprendió un buen trozo del serac "Dablam"... me aferré a los piolets y aguanté el chaparrón.
Ya reunido con Luis y Carlos, emprendimos el regreso al campo 2.
Fue la última vez que vi a Guillermo".
(Miguel Ángel Vidal)
Aún recordamos aquellas palabras que Guillermo, con determinación infinita, repitió a las de Miguel... añadiendo un "ni":
"Ni hace viento, ni hace frío, ni es tarde... Si tu no quieres seguir yo sigo solo".
(Guillermo Mateo)
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Avanza afianzando el paso... continuamente, sin prisa ni pausa.
Estamos seguros que alcanzará la cima.
Mientras el viento nos zarandea y el frío se apodera de cuerpos cansados, vuelvo a mirar a lo alto... y allí sigue Guillermo, cada vez más cerca de su cumbre. Imparable.
Mientras nos lanzamos, a última hora de la tarde, como lobos a la madriguera, al interior de nuestra tienda del campo 2, no me resisto a mirar de nuevo... Y veo a Guillermo descendiendo, a pocos metros de la cumbre.
Encendemos a toda potencia el infiernillo de gasolina, no tanto por fundir hielos... más bien por calentar la tienda.
No lo puedo evitar... Y abro una rendija de la cremallera para ver... que ya no veo a Guillermo.
Pensamos que estará buscando cobijo y hacemos planes para salir temprano, incluso antes del amanecer, a su encuentro llevando ropa y buenos termos de caldo... Estamos seguros que la noche será tremenda para él.
Ramón también tiene recuerdos:
"No sé, a veces pienso que debí intentar continuar ascendiendo con vosotros, pero visto lo que me costó llegar al campo base, debido a la sinusitis, el continuar hubiera sido un disparate.
Lo que más me atormenta, incluso después de tanto tiempo, es que apenas aparté la vista... tal vez diez segundos, no más... para frotarme los ojos, cansados después de haber seguido vuestra ascensión con la cámara, desde el amanecer, en el campo base.
Soplaba un viento fuerte con una muy baja temperatura y ya quedaba muy poca luz... oscureció en apenas media hora y Guillermo bajaba de la cumbre; estaba a unos 50 metros.
Cuando volvía a mirar, Guillermo ya no estaba, lo busqué repetidamente, pero no estaba.
No pude ver cómo desapareció ni donde quedó para no regresar".
(Ramón García García)
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No recuerdo, ni quiero recordar, a qué hora nos llama a voces el guía coreano que, con dos clientes, duerme en la tienda contigua.
- ¡Base camp! ¡Call from base camp! - Nos entrega algo parecido a un "walkie talkie".
- ¿Sí? -
- Confirma quien falta, por favor - Es Ramón quien llama desde el base... y está muy nervioso.
- Guillermo ha ido a por cumbre. Al amanecer iremos a su encuentro - Respondemos.
- Por favor, repite otra vez quién falta.
-Falta Guillermo.
-Amigos... Guillermo ha caído bajando de la cumbre - Ramón arrastra las palabras y a nosotros se nos seca la garganta.
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Mañana será un día espléndido... frío y ventoso, pero espléndido.
Somos cuatro y bajaremos tres.
Hay lugares altos de los que no se baja.
Están más allá de las nubes que soñaste rozar.
Caen lágrimas que se congelan al instante... Lágrimas en el cielo.
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Gracias a los amigos que se apuntaron, un invierno del año 2007, por el Himalaya: Jesús Gutierrez, José V. Domínguez, Xavier de Viala, Paco Crestas, Miguel Ángel Vidal, Luis Pardo, Ramón García, y Guillermo Mateo.
Tremendo Carlos. Gracias por compartirlo. Saludos
ResponderEliminarGracias, Diego.
ResponderEliminarUn placer.
Saludos cordiales.
Hermoso pero triste recuerdo muy bien contado. Dedicar tan bellas palabras a un compañero de expediciones, y además amigo, es el mejor homenaje que se hacer a quien dejó su vida en esa bella e impresionante montaña. Gran hazaña, Carlos, a pesar del infortunio. Un abrazo. JT
ResponderEliminarGracias, José. Guillermo, el indomable, siempre quedará en nuestro recuerdo.
EliminarUn abrazo.
Siento enterrarme del fallecimiento de Guillermo. Fui su primer amor. Siempre le recordaré.
EliminarBufff... Duro relato. Así es la montaña, nos da y nos quita mucho, pero volveremos a ella una y otra vez porque allí encontramos paz. Un abrazo!!
ResponderEliminarAsí es, lo has descrito perfectamente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Siempre recordaré la eterna sonrisa y el buen talante de Guillermo. Comparti con el más de una escalada en los Galayos, para mi vías duras, muy duras, casi al límite por donde el pasaba con firmeza y arte escalando las fisuras.. En la vía de los malditos o en la Sulair del águila, entre otras... También aquel año que nos apuntamos a kárate con amigos como máximo y Paco Murcia y manolo Cedillo y siempre acabamos en un bareto tomando cañas a altas horas de la noche..
ResponderEliminarLa última vez que le vi fue en pedriza, tenía una furgoneta amarilla y estaba tan contento porque se había pre jubilado...
Gran persona y gran amigo, conservo una funda de vivac suya de vivac en pared que nunca tuve oportunidad de usar, un recuerdo imborrable...
Te queremos mucho Guillermo, a pesar de llevar varios años sin ti...