Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


lunes, 30 de diciembre de 2019

Si abres las puertas del infierno, no llores cuando entre el frío


      
Artículo completo en Desnivel nº 357 (enlace)

*Frío, del latín frigidus, o mejor dicho ausencia de calor; se define según el DRAE como aquel cuerpo que tiene una temperatura muy inferior a la ordinaria del ambiente. 

*Congelar, del latín congelare. Dicho del frío: Dañar los tejidos orgánicos y especialmente producir la necrosis de una parte del cuerpo.

*Hipotermiade hipo- y -termia. Descenso de la temperatura del cuerpo por debajo de lo normal.

*Muerte, del latín mors, mortis. Cesación o término de la vida.

Así se despacha, sin despeinarse, el "Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española", en relación a los términos que nos ocupan.
Yo estoy de acuerdo, pero vamos, los expertos añaden que el frío, en sí, es una temperatura baja (o la ausencia de una temperatura elevada), tratándose por lo tanto de una consecuencia del calor, y no de un fenómeno independiente.

En definitiva: Si abres las puertas del infierno, no llores cuando entre el frío.

Existen diferencias entre morir por congelación y morir por hipotermia, el nexo entre ambas muertes... es la muerte. Pero no es lo mismo.

Un viejo amigo, tristemente desaparecido, siempre me decía que no es lo mismo morir, sabiendo que vas a morir, que morir sin saber que vas a morir.
Es bien cierto, saber indica la posibilidad de elegir.
Esto de tener (y haber tenido) amigos de tal inteligencia, siempre lo agradeceré y jamás lo suficiente.

La hipotermia es, entre los enemigos que acechan al montañero, escalador, alpinista, etc., uno de los más sigilosos y difíciles de localizar.
Solo unos grados de diferencia en relación a la temperatura corporal normal (36/37º C) y ya tenemos el problema encima.
Entre los 35/29º C, entramos en fases que van desde los temblores (difíciles de controlar), dificultad para hablar, torpeza en las manos, mal humor (más de lo que habitualmente tenga el amigo en cuestión), dilatación de pupilas, problemas de consciencia, respiración complicada, bajada del ritmo cardíaco, rigidez en los músculos, arritmias... y el final.


Para que nos alcance la hipotermia no es necesario el invierno, ni un verano fresco, ni una temperatura baja, ni siquiera hallarnos a una altitud importante.
Cuando nos alcanza la hipotermia y según qué grado, resulta muy difícil regresar a la temperatura normal... Muy difícil.
La hipotermia se aprovecha del cansancio (mucho más si no estamos en buena forma física), no comer o beber en horas... Y por supuesto: equipo no adecuado, humedad, viento, y claro, también el frío (pero este punto no es definitivo).
Lo importante es prevenir.

He subido al desván para rescatar recuerdos escritos en libretas que empiezan a amarillear:

"Un cielo que ya parece arder a las seis de la mañana y hay trajín en la playa de Benidorm. Paseantes con perro, ligones con el paquete de Winston apretado por el Meyba, buscadores a la caza del descuido del día anterior (bien pertrechados con máquinas que detectan metales), corredores de playa y jubilados colocando sombrillas en primera linea.
Nosotros, a lo nuestro.
Aparcamos el coche pocos metros más allá de Finestrat: hoy toca el Puig Campana.
Enfilamos la cuesta en bañador y camiseta de tirantes, con mochila escasa; estamos en agosto y, a pesar del madrugón, sudamos la gota gorda.
No sé que ocurre... que nos perdemos en la vía del espolón central (una clásica). El caso es que pasan las horas y un inmenso desplome nos cierra el paso. Decidimos abandonar y empezamos a rapelar.
Llega la noche y nosotros en bañador, mientras observamos las cálidas luces de pueblos costeros, donde comienza la fiesta.
Intuimos que hay suelo cerca, pero sin linterna y ante un vacío en el que se pierden las cuerdas sin tocar pared... decidimos esperar al amanecer.
Siempre daremos gracias a ese pequeño pino, en una pequeña repisa... al que, poco a poco y por turnos de a dos horas, arrancamos hojas y ramitas para mantener vivo un fuego (tipo cenicero) que nos permitió (entre tiritonas y envueltos en 120 metros de cuerda) seguir viviendo.
Una noche de agosto, en las montañas del Mediterráneo, nos alcanzó la hipotermia y pudimos morir (bien abrazados) frente a las playas que sueña Europa"
(España. Sierra de Aitana. Puig Campana. Agosto 1989)


La fatiga (que nos obliga a parar) y la soledad son buenos aliados del avance de una hipotermia.
Cuando no hay movimiento, principalmente cuando ya hemos decidido parar a descansar, llega el momento "dulce". A esto, bastará con añadir la soledad (falta de compañero) y todo se convertirá en una lucha muy dura.

Por supuesto que el agua, la humedad... Esa sensación incómoda de estar mojado forma parte del capítulo que quizá nos toque vivir; hay que actuar, ya.
El compañero es clave en esta situación; si no disponemos de él, todo se complica porque resultará muy difícil darse cuenta de lo que está pasando.

Eso sí... cuando se ha vivido una vez (y se ha sobrevivido) es más seguro (en situaciones futuras) reconocer los síntomas y anticipar (protegerse) acciones que nos ayuden a no llegar a la hipotermia.

Es mucho más fácil morir por hipotermia que por congelación; en este último caso la norma sería perder apéndices (dedos de pies o manos)... También manos o pies... Y en casos extremos perder la vida.

Recordad, siempre, que la prevención es la mejor ayuda.


“Apenas puedo respirar, tengo una cuarta de nieve encima y ya no siento calor en parte alguna del cuerpo; estoy en hipotermia.
La espalda me martiriza, las piernas no me sostienen, no siento las manos ni muevo bien los dedos. Busco, incesantemente, posturas que alivien; quiero dormir… Me cuesta pensar (que nunca fue fácil). Se me acaban las fuerzas.
Me doy perfecta cuenta que me resultará difícil seguir viviendo (es la primera vez, en horas, que estoy lúcido… Y lo veo claro). Tanto es así que se abrasan las sienes (esto es la prueba), como si el sueño me hubiese avisado del final.
La realidad.
El último minuto, de la última hora de las anteriores dos horas, caigo de bruces sobre el colchón de nieve que me rodea; me entra nieve a la boca y apenas puedo respirar… Me muevo muy lentamente y escupo sin fuerza.
Estoy solo (me da miedo pensarlo), luego parece que ya no temo… aunque la soledad me hiere cuando logro arrodillarme; de nuevo arden las sienes y entro en un espacio que no conozco.
No podré recorrerlo”
(España. Sierra de Gredos. Galayos. Cervunal. Marzo 2005)

La esfera... (4 capítulos)

En cuanto a la hipotermia.

*Prevenir ¡sí, ya sé que soy pesado!
*Siempre bien hidratado y alimentado... constantemente y en pequeñas dosis. La alimentación sólida ha de ser de "paso rápido" a sangre... No conviene aquello que necesita mucho tiempo en el estómago (esto obliga a un flujo excesivo de sangre hacia esa zona y, por tanto, dispondremos de menos sangre en otros lugares más importantes).
*Es absolutamente imprescindible cubrir la cabeza y el cuello (verdugo, pasamontañas, pañuelo). Por ahí perderemos mucho calor y muy rápidamente. Mucho.
*Movimiento. Esto indica posibilidad de seguir en este mundo... Cuando decidamos parar, todo será diferente (aquí entra en juego el compañero).
*La sensación de estar húmedo (como cuando se "pega" la ropa interior -primera capa- al cuerpo) requiere acción inmediata. Retirar y cambiar (si eso de cambiar es posible, de lo contrario simplemente retirar).
No será posible secar, con el calor del cuerpo, una prenda mojada y ajustada a la piel (si ya estamos en manos del compañero, esto debe conocerlo para actuar).
*Las cuerdas, bien enrolladas al cuerpo (sin apretar, claro), abrigan mucho. Mucho.
*Si la hipotermia ya está en fase avanzada ¡cuidado! hay que mover al compañero sin brusquedad; mantener la posición "boca arriba" y calentar su tronco con el nuestro; olvidarse un tanto de brazos y piernas (si nos dedicamos a calentar esos miembros podría ocurrir que un "golpe" de sangre fría alcance órganos internos). Poco más podremos hacer (abrigar, animar, hablar), hasta recibir ayuda profesional.
*Siempre deberíamos llevar una manta térmica (abandonada en el fondo de la mochila). Si es así y es de las ligeras (plateada/dorada), una opción para ralentizar la pérdida de calor corporal sería envolverse el tronco (por encima de la ropa interior y debajo del forro polar). Por supuesto: plateado hacia el cuerpo, se trata de evitar, en lo posible, la pérdida de calor... Y horas ganadas son batallas que ayudan al desenlace de la guerra.
Este sistema, parecido al "vapor barrier line" (barrera de vapor) ha venido siendo utilizado, principalmente por alpinistas americanos en cordilleras tan frías como Alaska, para evitar la humedad en los botines de las botas y, por ende, evitar que se escape el aire caliente; inicialmente se utilizaba, sencillamente, una especie de calcetín de plástico entre la primera capa (media interior fina) y la segunda (media gruesa).
El sistema requiere, para tener garantías, conocimientos y precauciones a tener en cuenta... No es el caso que ahora nos ocupa y simplemente se comenta para entender que, cuando la cosa está fea (ventisca, tormenta, etc.), una manta térmica que nos envuelve en la posición exterior clásica... no resulta muy eficaz.


Al contrario que la hipotermia, el frío puede matarnos "por las prisas".
¿Quién no recuerda esas manos insensibles cuando se agarra el piolet?. Esto es muy usual, principalmente, en escalada... cuando levantamos los brazos para golpear por encima de la cabeza; la sangre se "cae" y luego toca llorar cuando vuelven a entrar en calor.

Precisamente por las prisas en volver a sentir las manos o el deseo de alcanzar mejor posición, podemos cometer errores que nos hagan caer.
La dificultad para manejar la cuerda, ese mosquetón que no somos capaces de abrir, el empotrador que se escurre entre los dedos, la reunión que debemos montar bien... pero no lo hacemos, los pies que ya no sentimos, ese viento que nos ciega, la cara que duele.
Así pues, siempre navegar con calma justa y aguantar el tipo... Pase lo que pase. Al fin y al cabo nadie nos obligó a estar aquí; toca perseverar.

Manteneos en movimiento "estático", en una reunión (por ejemplo), moved las manos (mientras aseguramos al compañero) "jugando" con la cuerda. Moved, constantemente, los dedos de los pies y golpead, leve pero constantemente, las botas contra el suelo o contra ellas. Hablad al compañero con tono potente. Agitad los hombros y caderas ¡de algo servirán esos bailes que os marcáis en las fiestas! y allí no hay protestas.
Todo esto cambia, a un nivel más amable, la situación en la que nos encontramos.

También está el vivac, imprevisto o no, aquel que no permite protegerse adecuadamente... La tormenta arrecia y estamos a cielo abierto. Bueno, en este caso, que tengáis suerte, aunque comentaremos algunas sugerencias al final del artículo.



“Sin poder meternos en los sacos, sentados con lo puesto y las piernas colgando al vacío, sujetos a tres tornillos sacacorchos; a duras penas nos cubrimos con el nailon de una rudimentaria tienda de pared que llevamos, mientras el viento se empeña en ondear aquello como una bandera.
La nieve cae sin piedad y nos empuja de la repisa; así pues tejemos con la cuerda una tela de araña enfrente nuestro para poder apoyar cara y pecho, mientras pisamos un tramo tenso de la cuerda… como jilgueros en el columpio de su jaula de alambre.
La tormenta, lejos de amainar, aumenta su furia.
Han pasado muchos años de aquello, pero no recuerdo peor vivaque que aquél… Luchando para no ser expulsados de la pared… Cambiando de posición para mitigar los dolores, golpeando las manos y taloneando contra el hielo; apretando los dientes cuando la sangre volvía a correr… A punto de saltar lágrimas que se helarían al instante.
Nos recorren calambres, vahídos y dolor de espalda; nos apretamos bien pero tiritamos como perrillos mojados.
Intento echarme un cigarrillo pero se me cae de las manos; no podemos encender el infiernillo… Y las horas parecen días ¡joder!
Estamos pegados al hielo, acorazados, y formamos parte de la montaña.
De vez en cuando nos miramos, sin hablar, quizá para estar seguros de que el otro no se durmió para siempre”
(Perú. Andes. Cordillera Blanca. Chacraraju. Agosto 1978)

Chacraraju... (6 capítulos)

También está el frío "de verdad".
Este, literalmente te come... te devora; primero las manos, luego los pies... y así hasta que la sangre pierde toda fluidez y se escapa la vida.

Los mecanismos que se desencadenan ante el frío son similares a los que ocurren con el calor... pero en orden inverso.
Ya conocéis que ocurre cuando, por un exceso de temperatura (ambiente, vestimenta, actividad) el cuerpo necesita regularse; entonces la sangre abandona su itinerario normal y se reparte a flor de piel para refrigerar el cuerpo.
Claro que esto tiene sus "peros", entre ellos se encuentra el hecho de llegar mucho menos oxígeno donde conviene (músculos y órganos internos).
Total: llega el "bajón".


Bueno, con el frío ocurre lo contrario: la sangre se aleja de aquellos lugares que da "por perdidos" y se dedica a ofrecer vida a los órganos internos que, de alguna forma, son los que nos permiten seguir viviendo.
Por ello, manos y pies, orejas y nariz, es decir todo aquello que ofrece menos superficie (y se encuentra más "solo")... será lo primero en congelarse.
También llega el sueño "dulce" y, si se instala, no tendremos posibilidad alguna... Ya veremos si perdemos la batalla (algún miembro) o la guerra (la vida).

"Una nueva tormenta arrasa el glaciar sin piedad y nos obliga a encerrarnos unos días en la cueva, cosa que aprovechamos para reparar cualquier rendija en la ropa y los cubrebotas de neopreno.
Nuestra vida se reduce, de nuevo, a visitar a los vecinos... cada vez más tristes, y aprovechar para estirar las piernas cuando llegan horas de calma.
Uno de esos días, harto de la posición horizontal, salgo alegremente al exterior; no sé... parece que el frío no es excesivo.
Nubes alargadas, de color acerado, se mueven desde la cima del Denali hacia el glaciar... Anchas y en formación como rayas marinas navegando el océano.
Sopla una brisilla leve pero constante, y una corriente de cristales de nieve (como un río) me cubre los pies hasta más arriba del tobillo.
Presiento señales de un silencio excesivo, mayor del habitual. Algo me dice que algo está ocurriendo.
Me entran ganas de orinar ¡y allá voy!... Entonces veo lo que jamás pensé pudiera ocurrir.
Antes de llegar al suelo el chorrillo humeante, cristaliza en el aire... se rompe y quedan trozos clavados en la nieve, como juncos a la orilla de una charca.
¡Joder! Noto una descarga de adrenalina y se me incendian las sienes.
Apenas siento las manos ¡y no digamos el apéndice genital!.
Salgo disparado de allí y entro en la cueva a tumba abierta... como un portero se lanza por el balón.
A estos no les digo ni pío"
(Alaska. Monte Hunter. Marzo 1992)

Alaska.. Donde nace el frío (dos capítulos)


En cuanto al frío y el vivaque.

*El aire frío (principalmente en condiciones de inversión térmica: noches despejadas más heladoras en el valle que en zonas altas) se comporta como un líquido. Fluye desde los altos (por ser más denso) y rellena los "huecos" que encuentra, rebosa y sigue su curso.
El frío serpentea por el terreno, como un río.
Por lo tanto, evitad vivaquear en depresiones o a la salida de estas (recordad que el frío buscará el nivel y si os encontráis en una laguna "seca" o a la salida de esta -como estar bajo una cascada de agua... sin agua- ¡zas! noche tremenda, cuanto menos).
Seguramente muchos habréis comentado alguna vez el frío que hace en las "plataformas" de Gredos (esos lugares donde se deja el coche).
*Si el terreno ofrece posibilidades: cavar una topera (cueva)... Y cerrad la entrada (excepto una pequeña rendija para respiradero). Por supuesto siempre vigilantes y turnos de guardia.
Este es el sistema más seguro para sobrevivir en condiciones exteriores extremas.
*La luz ofrece "sensaciones cálidas". Encended la linterna (a ratos), una vela (si es posible, claro), un infiernillo ¡ya es el no va más! etc., nos traslada a otro nivel de confort.
*Si no tenemos más protección que la ropa que llevamos puesta y estamos al aire libre (reunión escasa en una escalada, pequeña repisa, etc.), conviene "quererse" con el compañero... Quiero decir tener contacto, entre ambos, con la mayor superficie posible de los cuerpos (la posición fetal, si es posible, resulta eficaz)... y cambiar de posición (de vez en cuando) ¡Eh! que esto es cosa seria y no lo que estáis pensando.
*Aislarse del suelo resulta imprescindible (esterilla, mochila, etc.). Evitad contacto con demasiada superficie del cuerpo, principalmente si no disponemos de aislante suficiente.
*Forzad tiritonas. Esto podéis comprobarlo ahora mismo, mientras leéis este artículo.
Simplemente contraed todos los músculos del cuerpo, como si os "apretáis" a vosotros mismos.
Esto genera calor... Y mucho.

No quiero despedirme sin compartir algunos pensamientos. Al igual que ocurre en los ámbitos de la vida cotidiana, una actitud adecuada y positiva ante los problemas siempre ofrecerá mejores posibilidades cuando las cosas se tuercen, que en algún momento se torcerán... te pongas como te pongas.

La mente es maravillosa.


"Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar, siempre mejorar. Luchar y perseverar,siempre perseverar. Imaginar y soñar, siempre soñar. Compartir, sentir y reír, siempre reír. Fracasar y triunfar, como aprendizaje. Intuir y prever, puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno, que no conoce piedad. Escuchad las señales, que son legión. Navegar, con calma justa. Decidir, es tu libertad.Asumir el sufrimiento, que alguna vez llegará. Proteger, el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría.
Humildad debida.
Aún así, nada es seguro. Nadie te obligó y a nadie exigirás.
Luego, bajar de allí, con las mismas reglas.
Vivir"

Artículo completo en Desnivel nº 357 (enlace)

miércoles, 14 de agosto de 2019

Ama Dablam... Lágrimas en el cielo

Ama Dablam... Lágrimas en el cielo.
(A Guillermo Mateo)

El tiempo puede derribarte.
El tiempo puede doblar tus rodillas.
El tiempo puede quebrar tu corazón,
Mantente rogando por favor, rogando por favor

Más allá de la puerta
Hay paz, estoy seguro.
Y sé que no habrá más
Lágrimas en el cielo.

Lágrimas en el cielo
(Eric Clapton y Will Jennings)


Artículo completo en Desnivel nº 373

Apenas da tiempo a terminar el cigarrillo, no debimos encenderlo... pero lo hicimos, cuando el sol se esconde tras un collado que divide dos montañas. En unos instantes estamos helados... Nos atraviesa un frío que espesa la sangre.

-¡Joder! ¿no te echarás un cigarrito aquí?- 
-¿Qué mejor sitio que este lugar? - Me responde Guillermo, sin perder la sonrisa.
-La verdad es que sí... venga.

Es invierno... Estamos a 6.000 metros y estamos solos.
Nos sostiene un torreón de arquitectura imposible, rocas rotas cementadas por hielos sucios y brillantes... Un balcón sin barandilla, con las piernas colgando.
La cumbre del Ama Dablam aguanta más sol, pero nosotros no podemos aguantar más sombra.

Tiro la última foto al mismo tiempo que me abraso los labios, con esa fuerza que adquieren las brasas de ceniza cuanto más frío hace... así me lo ha parecido siempre.
El cielo aumenta de azulón a un añil oscuro que da miedo... El blanco de la cumbre hiere la vista, lo veo ya desde el interior de la tienda, cerrando la cremallera que rompe cristales de hielo.

Mañana será un día espléndido... frío y ventoso, pero espléndido.

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La región del Khumbu, ya desde Namche Bazar, se me antoja una inmensa chopera castellana por las columnas de humo, semejantes... en la lejanía, a una plantación de álamos, rectos y desnudos de hoja, que jalonan todas las aldeas que nos quedan hasta Kala Patar.
Cielos ausentes de viento, despejados y fríos, siempre enderezan humos de chascas y fogones.

Un grupo de gentes, variopinto y algo bohemio, ha decidido recorrer el Khumbu; cada uno mantiene en su interior un deseo a realizar: unos, recorrer valles y hartarse de paisaje; otros, encontrar un camino a sus montañas olvidadas; algunos, alcanzar la cumbre del Ama Dablam... el "Collar de la Madre" con la "Perla del Dablam", la última torre de hielo (serac) que defiende su cima.

Cumplimos el deber de aclimatar, recorriendo aldeas donde siempre esperan gentes sin prisa.
Atravesamos infinidad de puentes colgantes que salvan ríos congelados; cruzamos arroyos traidores y saltamos, graciosamente, de piedra en piedra para evitar patinajes.
Los yaks aprovechan cualquier situación para acorralarnos hacia el lado malo del camino.
Allí... desde Tengboche a Lobuche y hasta Gorak Shep, nos alimentan en "lodges" (alojamientos) mientras los anfitriones atizan estufas de hierro con el imprescindible y persistente estiércol de yak.
Durante las esperas nos atacan modorras, aumentadas por el sol que atraviesa los cristales de placenteros comedores, siempre con algo de neblinas que se escapan de la cocina.

Día tras día, y al siguiente día... y al otro, se mantienen cielos limpios y suelo seco que, botas de amos y cascos de bestias -quizá se pueda invertir el orden del calzado- se encargan de levantar polvaredas a cuatro mil metros de altitud.

En nuestro viaje, relajado y amable, apenas nos cruzamos con extranjeros -occidentales, como nosotros-, y muy a menudo con porteadores -orientales, como ellos- de fardos imposibles: vigas enormes que duplican su estatura, bultos secretos envueltos en sacos de arpillera bien cosidos, bidones a pares, armarios de tres cuerpos y estufas de hierro... Mientras, los niños van y vienen, siempre riendo... siempre felices, allí donde poco hay.
Yo regalo lapices "Alpina", de colores, y cuadernos en blanco... pero es Guillermo quien se lleva de calle a la muchachada.
A él le toca el papel de "jefe expedición", es decir, el encargado del papeleo y juez de paz en tierras lejanas.

A los pies del majestuoso Pumori, en la otra orilla del glaciar del Khumbu y vigilante del Sagarmatha (Everest) el gigante de la Tierra, decidimos que ya estamos preparados para que, alpinistas, víveres y equipo de escalada, recibamos la "puja" (oración) que nos proteja.
Un monje con un gorro de lana que incorpora un parche de "Mickey mouse" se encarga del asunto; ayudan en la ceremonia porteadores y cocineros.
Esto será en el campamento base a los pies de nuestro Ama Dablam. Nuestro y también de una expedición coreana, con guías que se pasean en zapatillas "Nike".
Desde aquí la "Madre", como cubierta por una túnica blanca,  parece extender los brazos y recibirnos en su regazo.
Desde aquí serán algo más de dos mil doscientos metros de desnivel en diferentes grados de dificultad.
Desde aquí en adelante cuando caiga el sol... no conviene que nos pille sombra a la intemperie.

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Una mañana, tan heladora como todas las mañanas, cargamos unos yaks que nos alivien el peso de las mochilas.
Subiremos hasta donde la pedrera se endereza, algo más allá de los cinco mil metros, con todos los amigos... cada uno con su plan, aunque nos ayudan y también cargan con parte de lo nuestro. Luego nos despedimos.

Guillermo mantiene un "secreto a voces"... Desea echar un vistazo a la Sur directa de Jeff Lowe, inaugurada en 1979 y en solitario. Una "flecha" que enlaza con la clásica SO, a la altura del Dablam.
No hay condiciones aceptables y "olvida" el plan.

Montamos un par de tiendas en el campo I (5.800 m.) y, bajo el mandato de leyes no escritas, nos dividimos en dos cordadas autónomas: Ramón y Guillermo, en duo... Miguel, Luis y Carlos, en trío.
Esa noche conocemos el frío invernal del Himalaya, mientras el hornillo de gasolina, en el ábside de la tienda, se encarga de fundir hielo y nos obliga a gritar para hacernos oír... aún así, agradecemos el calor de la potente llama azul que humaniza nuestro "hogar, dulce hogar".
Esa noche Ramón, aquejado de una sinusitis sin remedio, decide que se retira de la escalada... A la mañana siguiente bajará al campo base, en una lucha sin cuartel con diferentes niveles de sufrimiento.

De nuevo, sin pronunciar palabra, se establece un "acuerdo tácito" al que ya estamos acostumbrados: escalaremos de forma autónoma, cada uno según ritmo... Y nos encordaremos, según quién esté al lado, para superar los pasajes asegurados.
Cuatro tipos a su aire hacia los seis mil ochocientos... y pico, metros de altitud. Veremos.

A estas alturas, el lector ya habrá adivinado que perseguimos la clásica arista SO del Ama Dablam, inaugurada un mes de marzo de 1961 por Barry Bishop, Mike Gill, Wally Romanes y Mike Ward.
Una ruta "normal" a una de esas montañas de la Tierra que nada tienen de normales y requieren escalar, te pongas como te pongas, para llegar a la cumbre.

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Tenemos por delante una cresta defendida por torreones de roca, como un castillo en ruinas batido por vientos furiosos.
Un largo camino con desnivel escaso hasta los seis mil metros del campo 2.

Cargados con todo lo necesario para permanecer, con total autonomía, en la montaña, empezamos la escalada con un frío atroz durante las primeras horas... Luego ya, cambia la cosa a frío tremendo, más llevadero.
Recorremos el camino, erizado de bloques y agujas de fantástico granito, cada uno a su aire o en ensamble asegurado, según convenga... hasta el primer gran obstáculo del largo día: la "Torre Amarilla", el lugar donde se concentra la mayor dificultad técnica de toda la escalada.
Cincuenta metros en torno al V+/6A en un muro vertical que se estrella contra la arista rocosa que lo domina.
El lugar está repleto de restos de cuerdas fijas en todos los estados posibles: rotas, desgastadas, endurecidas, picoteadas, acribilladas, anudadas, mezcladas, aplastadas, apiñadas, amontonadas... Y todas de un blanco mortecino que da miedo.
La mochila nos aplasta sin piedad y boqueamos como carpas de colores, mientras intentamos no agarrarnos a los colgajos de nailon... aunque, de vez en cuando, pecamos.
Guillermo tira del grupo, incansable.

Alcanzamos el impresionante torreón que alberga el campo 2. Un auténtico nido de águilas para nosotros solos y una solitaria tienda de los coreanos; es lo bueno del invierno, no hay aglomeraciones ni lucha por encontrar hueco en tan escaso lugar.
El sol desaparece cuando andamos colocando el varillaje de nuestro hogar y, como por arte de magia, desciende la temperatura hasta cifras que no quiero recordar.
Suenan los infiernillos fundiendo cristales... No hay nieves sueltas por allí, solo granito limpio y parches de hielo acerado.
En una de estas, salgo a buscar más hielos y me entretengo mirando un cielo oscuro repleto de estrellas brillantes... Y nuestras tiendas, débilmente iluminadas por las llamas de los infiernillos, recortándose en dos burbujas de amarillo chillón contra siluetas negras de montañas lejanas ¡joder! magnífico... pero, un poco más y me congelo allí mismo.

Guillermo aprovechará la tienda de los coreanos, increíblemente limpia y perfumada en su interior. Los demás nos apretamos en la nuestra, increíblemente sucia y descuidada.

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Mientras sorbemos té hirviendo que nos abrasa la boca, tomamos una decisión: Saldremos lo más temprano posible que nos permita el frío... Saldremos en un intento de llegar a cumbre sin vivaquear a los seis mil trescientos metros del campo 3... Saldremos con lo puesto y poco más.
Una apuesta que solo tiene una regla a obedecer: si no hacemos cumbre a las tres de la tarde, abandonaremos el intento... estemos donde estemos.
En la mochila solo van termos de caldo, geles y barritas. Unos guantes de repuesto, frontal y una pala... por aquello de cavar una madriguera si los Dioses deciden que no da tiempo a regresar al punto de partida.

Aún no recibimos sol cuando partimos hacia la cumbre; Guillermo se lanza en primera posición, atravesando las pendientes iniciales hasta alcanzar las "Torres Grises"... luego, un  terreno mixto nos lleva hacia la "Arista de los Champiñones", descarnada y en nieve tan dura como las lajas de granito que afloran por doquier.

Llegamos al campo 3, bajo el "Dablam", y Guillermo sigue imparable hacia la pendiente que baja, como un tobogán, de la cumbre... Miguel le sigue.

Lo vemos a tiro de piedra pero, miro de reojo el reloj y ya son las tres.
Luis me pide que tire unas fotos... Entonces ocurre.
Una avalancha nos obliga a clavar piolets para aguantar el empuje.

He pedido a Luis unas líneas sobre aquellos días. Este es su recuerdo:

"Corría un frío y seco mes de enero. Era mi primera expedición al Himalaya y me encontraba allí, a más de seis mil metros y en invierno, sentado a media noche dentro de la tienda puesta en el nido de águilas que es el campo 2 del Ama Dablam.
No me explicaba lo que estaba sucediendo, si hasta hace algunas horas estábamos escalando juntos, en un intento ligero de cima y Guillermo jalonaba al equipo con motivación y decisión certera.
Esa tarde los desaparecidos pudimos haber sido Carlos y yo.
Corrimos con suerte cuando un serac se desprendió del glaciar Dablam y nuestros cuerpos solo recibieron el empellón de la onda, mientras toneladas de hielo pasaban a pocas decenas de metros de nuestra posición.
Pero la Montaña no es buena ni mala, no salva ni juzga. Ella es eternidad y nosotros solo somos un parpadeo en sus dominios.
Carlos y yo, sobrevivimos. Guillermo desapareció en su regazo."
(Luis Pardo Orozco)

Pasado el susto, vemos que Guillermo continúa su ascenso y Miguel ya desciende hacia nosotros. Ninguno ha sido alcanzado por el derrumbe.

Miguel también tiene su memoria:

"Hacía viento, hacía frío y se estaba haciendo tarde. Las ganas eran muchas, la oportunidad clara y al alcance de la mano, pero estaba seguro que tendríamos que hacer un descenso épico o vivaquear en alguna repisa dando palmas toda la noche. Ambas opciones con claro riesgo de bajar con algún dedo negro.
En un momento en que nos reunimos Guillermo y yo, pues cada uno iba escalando a su ritmo, le verbalicé mis pensamientos. Su respuesta no me sorprendió ni resultó inesperada. Guillermo era así.
Le pregunté si quería la cuerda que yo transportaba y dijo que no, que destreparía.
Durante mi bajada se desprendió un buen trozo del serac "Dablam"... me aferré a los piolets y aguanté el chaparrón.
Ya reunido con Luis y Carlos, emprendimos el regreso al campo 2.
Fue la última vez que vi a Guillermo".
(Miguel Ángel Vidal)

Aún recordamos aquellas palabras que Guillermo, con determinación infinita, repitió a las de Miguel... añadiendo un "ni":

"Ni hace viento, ni hace frío, ni es tarde... Si tu no quieres seguir yo sigo solo".
(Guillermo Mateo)


____________________________


Mientras desplegamos cuerdas para empezar el descenso, lanzo una mirada a Guillermo... el indomable.
Avanza afianzando el paso... continuamente, sin prisa ni pausa.
Estamos seguros que alcanzará la cima.

Mientras el viento nos zarandea y el frío se apodera de cuerpos cansados, vuelvo a mirar a lo alto... y allí sigue Guillermo, cada vez más cerca de su cumbre. Imparable.

Mientras nos lanzamos, a última hora de la tarde, como lobos a la madriguera, al interior de nuestra tienda del campo 2, no me resisto a mirar de nuevo... Y veo a Guillermo descendiendo, a pocos metros de la cumbre.
Encendemos a toda potencia el infiernillo de gasolina, no tanto por fundir hielos... más bien por calentar la tienda.

No lo puedo evitar... Y abro una rendija de la cremallera para ver... que ya no veo a Guillermo.

Pensamos que estará buscando cobijo y hacemos planes para salir temprano, incluso antes del amanecer, a su encuentro llevando ropa y buenos termos de caldo... Estamos seguros que la noche será tremenda para él.

Ramón también tiene recuerdos:

"No sé, a veces pienso que debí intentar continuar ascendiendo con vosotros, pero visto lo que me costó llegar al campo base, debido a la sinusitis, el continuar hubiera sido un disparate.
Lo que más me atormenta, incluso después de tanto tiempo, es que apenas aparté la vista... tal vez diez segundos, no más... para frotarme los ojos, cansados después de haber seguido vuestra ascensión con la cámara, desde el amanecer, en el campo base.
Soplaba un viento fuerte con una muy baja temperatura y ya quedaba muy poca luz... oscureció en apenas media hora y Guillermo bajaba de la cumbre; estaba a unos 50 metros.
Cuando volvía a mirar, Guillermo ya no estaba, lo busqué repetidamente, pero no estaba.
No pude ver cómo desapareció ni donde quedó para no regresar".
(Ramón García García)


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No recuerdo, ni quiero recordar, a qué hora nos llama a voces el guía coreano que, con dos clientes, duerme en la tienda contigua.

- ¡Base camp! ¡Call from base camp! - Nos entrega algo parecido a un "walkie talkie".
- ¿Sí? - 
- Confirma quien falta, por favor - Es Ramón quien llama desde el base... y está muy nervioso.
- Guillermo ha ido a por cumbre. Al amanecer iremos a su encuentro - Respondemos.
- Por favor, repite otra vez quién falta.
-Falta Guillermo.
-Amigos... Guillermo ha caído bajando de la cumbre - Ramón arrastra las palabras y a nosotros se nos seca la garganta.

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Mañana será un día espléndido... frío y ventoso, pero espléndido.
Somos cuatro y bajaremos tres.
Hay lugares altos de los que no se baja.
Están más allá de las nubes que soñaste rozar.

Caen lágrimas que se congelan al instante... Lágrimas en el cielo.


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Gracias a los amigos que se apuntaron, un invierno del año 2007, por el Himalaya: Jesús Gutierrez, José V. Domínguez, Xavier de Viala, Paco Crestas, Miguel Ángel Vidal, Luis Pardo, Ramón García, y Guillermo Mateo.

lunes, 29 de abril de 2019

Historias de la dehesa... La mirada del can.

Aupamos al perro a la caja del "pick up" y, como si no existiera su dueño, al que tocó levantar cuartos traseros, me lanzó una mirada constante y sin rencor... yo diría que algo dulce.
Sangraba, muy ligeramente, por el pecho... una especie de cornada o puñalada que, el día anterior, dejó un rastro tremendo por la terraza de la casa.
Nunca olvidaré sus ojos negros, me recordaban miradas, perdidas, de amigos que se despidieron en mis brazos.
El perro murió días después... eso nos dijo el dueño, que anduvo buscándole durante los días que el animal se quedó de "okupa". Decía estar "preocupado" por "la que pudiera liar". 
Pero, antes de pasar a otra vida, dejó preñada a nuestra perra Luca, la reina de la dehesa por aquellos años. De aquellos devaneos tenemos a Lola.

Luca era hija de Ayla... Al contrario que su hija, de color rubio cobrizo, Ayla era de pelo negro como el azabache; compañera y amante de Navarro... el mejor perro que jamás tuvimos;  un regalo de ganaderos amigos a mi suegro, también ganadero... Dijeron que "por ser tú... que a éste no lo venderíamos por un millón de pesetas"... Ciertamente yo tampoco lo hubiera vendido, cuando fue mio, por diez veces ésa cantidad. Un macho, entre alano y boxer, sin documentación... lo que por aquí llaman un "perro chato" para sementales díscolos y hembras traviesas. ¡Ah! tendré que contar qué significa esto en la España rural.

A Navarro le rompieron los colmillos con unos alicates. Siempre hubo dueños más "dulces" que lo solucionaban cortando las puntas con una sierra de hilo... bastante más "humano" ¡donde va a parar!.
El caso es que a Navarro le dejaron colmillos astillados a raíz de las encías. Así fueron las cosas.
También padecía "Leishmaniosis", una enfermedad que podría acabar con su vida... si no se pusiera remedio. Nosotros pusimos remedio y durante un mes -años 90- recibió, diariamente, una bolsa de medicación, directa a vena. Navarro se sometió al tratamiento, como un machote... sin decir ni "guau".
Navarro, de ojos saltones, pelo cobrizo oscuro, orejas y rabo malamente cortados... cuerpo compacto como un bloque de granito sobre cuatro patas poderosas y pensamiento triste, pasó de "legionario abandonado" curtido en mil batallas a convertirse en EL PERRO... el rey de la dehesa y defensor de su manada: su manada siempre fuimos nosotros y los niños que se acercaban, algo temerosos. ¡Ah, los niños! Allí, tumbado patas arriba, en el prado, los niños ajenos y sobrinos propios, que no levantaban dos cuartas del suelo, le mordían las pocas orejas... le metían manos hasta la campanilla, sacudían con un palito los genitales o aposentaban el culo/pañal sobre la cabezota del "bisho" que podría comérselos de un tirón. Tan feliz.

Lo de los colmillos ¡que no se me olvide!. Una práctica, ya poco habitual, que consiste en dejar la dentadura del perro "nivelada"... quiero decir que no sobresalgan colmillos, por ello se cortan al ras del resto de dientes.
Al animal se le enseña a tirarse bajo el toro semental que puede alcanzar los 900 kilos, sin problemas. No hay "persona humana" que lo domine cuando se pone bravo.
Una vez bajo el toro, el perro se voltea y coloca panza arriba... buscando el "paquete testicular" y ¡zas!... le aplica una mordaza de presión. De repente todo el mal carácter del semental desaparece y el ganadero solo tiene que tirar de las orejas y llevar al toro donde quiera... eso sí, el perro no suelta, claro, que cuando suelta ¡todos a correr!.
Por eso resultaba imprescindible evitar que los colmillos del perro pudieran rasgar o romper los testículos del semental ¡ahí está lo que vale el toro... torete!.

Eso de recoger todo lo que le lanzaran, también tuvo disgustos. Un día desapareció y, siendo habitual cuando llegaban olores de hembras, nos extrañó que fueran más de tres días. El caso es que no andaba lejos: a pocos cientos de metros se hizo un ovillo en el centro de un matorral y decidió esperar a su destino, sin molestar al mundo.
Cuando le encontré apenas podía moverse y babeaba, con frecuencia, algo viscoso y amarillento.
Me lo eché al hombro y salimos directos al veterinario.

La radiografía indicó que tenía un cuerpo extraño que podría ser un canto rodado, más grande que una nuez de buen tamaño... Alguien se lo debió lanzar para que lo recogiese, se lo tragó y no pudo pasar por el intestino para salir por el "agujero negro".
Le operaron y a los tres días ya estaba a lo suyo.

Una noche, a la cena, entró en la cocina y se quedó sentado al lado de la mesa... Le faltaba un ojo. Es posible que se clavara alguna jara tronchada... ciertamente son temibles.
El veterinario, a estas alturas amigo, dijo que habría que "sanear y cerrar". Dicho y hecho... Navarro ya sí que podría ser el auténtico novio de la muerte, repleto de cicatrices y parche al ojo.
A los pocos días ya estaba a lo suyo.

Navarro, un día, desapareció durante demasiados días. Un vecino me dio el aviso; tirado en el centro de un prado verde como el invierno, lluvioso y frío, que nos tocaba.
Aún vivía... abierto el pecho al punto de ver dentro, cortes profundos en los costados... ya sin gota de sangre. Seguramente... seguramente, tuvo un encuentro con un jabalí, macho y de buen  tamaño. Perdió la partida.

Le llevé en brazos, a bordo de un Nissan de los años 80 y, ya en casa, intenté calentar aquel cuerpo sin calor, junto a la estufa de leña a toda pastilla.

Sin ver por el único ojo que poseía, movió el poco rabo cuando, sentado a su lado, le tomé aquella cabezota y susurré su nombre.

Está enterrado bajo una encina que sujeta ladera de un arroyo que alimenta el río Tiétar, en la dehesa castellana, mirando a la sierra del Cabezo... la muralla que esconde el Gredos más alpino.

Navarro, fuerte, noble y generoso, murió como vivió... sin un lamento ni "mal ladrido".