Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


miércoles, 27 de noviembre de 2013

La esfera... el origen

No tenía pensado escribir sobre esto. Todavía no, quizá más adelante... Pero lo cierto es que la vida se desarrolla con movimiento propio y, muy a menudo, sin contar con nosotros que, frecuentemente, pensamos ser el ombligo del mundo.

Sucede que llevamos unos días, por la dehesa castellana, algo revueltos por partos difíciles - "mal venidos" dicen aquí - de vacas primerizas; como es habitual y según define, sin duda alguna, la "ley de Murphy", los hechos ocurren durante el transcurso de las madrugadas más negras y heladoras del año... en el peor lugar posible - un arroyo... por ejemplo - y justo el día que menos habitante quedamos por aquí - un autocar se llevó medio pueblo a pasar un fin de semana en Portugal, llevan dos años pidiendo ésa excursión - y mira tú por donde toca estos días... Y yo, el forastero "de Madrí", no ando por ahí escalando "cantos".

La vaca está extenuada y ya no puede levantarse del arroyo, dos cuartas de agua insuficientes para ahogarla pero sobradas para arrebatar el calor, el mismo calor que pierde el choto aún dentro de la madre.

Somos dos para la tarea que se viene encima; el paisano me llamó a las cuatro de la mañana y aquí estamos... en plena batalla; las luces del Land Rover, aparcado lo más cerca posible, pero algo alejado, iluminan débilmente una escena que, bien rodada, sería un "peliculón".


El choto viene mal... hay que "colocarle" - darle la vuelta, que viene de culo - para ver si sale con los últimos empujones que pueda dar la madre, ya cansada y sin fuerzas.

El paisano logra, un brazo metido hasta el hombro y el otro hasta el codo, posicionar al chotillo y que asome pezuñas y morro... Bueno, vamos bien, tiramos y todo fluye, hasta que se atasca en los cuartos traseros.
La madre es primeriza - carece de flexibilidad para estas lides - el choto es demasiado grande y el tiempo se acaba.

A grandes males grandes remedios; hay que hacer algo o ambos morirán... ¿No es esto algo parecido a cuando se toman decisiones en montaña?.

El paisano guarda en el maletero las cuerdas viejas de escalada, y mosquetones, fuera de uso, que le regalo cuando cambio el material - porque yo cambio el material, no sé si me explico -.
Ahora es el momento de usar un equipo que no fue diseñado para éste fin... pero servirá.

Atamos al choto por las patas delanteras y el Land Rover tira, tan dulcemente como puede hacerlo un diésel del 89 - con mantenimiento espartano y lo que, en su día, fueran 140CV -, mientras... sujeto la cabeza del animal que me mira con ojos desorbitados y respiración escasa; la vaca muge y yo allí... a punto de hipotermia, arrodillado entre aguas, sangres y barros que se cuelan de cintura a pies.
Se me olvida el frío mientras sueño con un sol ardiente -... ¿No es esto lo que soñamos en vivaques eternos?.

Me da por pensar que despedazaremos al choto sin conseguir que salga, pero sale al fin... aunque no viene solo, le acompaña la matriz entera... por aquí dicen que "se viene la madre". A veces sucede.

Sacamos al recién nacido del agua, veremos si resiste el amanecer... Y ahora toca sujetar a la vaca que lucha por levantarse y cumplir con la tarea de lamer al choto, estableciendo así el vínculo más esencial de la vida: sentir alguien cercano que no abandona - de nuevo ¿será como rescatar al amigo herido en una caída?-


La tarea de volver a introducir la matriz... enorme, globosa y huidiza... es algo que jamás vi y, al igual que me ocurrió en situaciones de reparar heridas ajenas... jamás olvidaré.
La madre ha de estar sujeta, de lo contrario, si atina a levantarse y correr, se desprenderá la vida y llegará la muerte segura.

El amanecer sigue sin aparecer y los siete animales que por allí luchamos: dos paisanos, vaca y choto, más tres perros guardianes, estamos vivos, aunque en niveles diferentes... pero estamos.
Ha costado introducir de nuevo la matriz, por donde salió, lo más limpia posible y colocada de la mejor manera... ¡Tremendo!; ahora hay que coser fuertemente con hilo de bramante y aguja de buen diámetro, todo a sangre y pelo, para que "aquello" no se escape de golpe por el mismo sitio... Y dejaremos una pequeña abertura para fluidos... ¡Si no lo veo no lo creo!.

La vaca no dispone de fuerzas, pero tan pronto suelto las cuerdas que la sujetan las patas, se coloca de rodillas y luego, en un titánico esfuerzo - algo que pertenece a energías superiores - se levanta y busca al choto... otro que parece revivir tan pronto siente el aliento de madre, mientras tambalea una cabeza que apenas se sostiene.

Por fin llega el amanecer, que siempre nos parece tardío... Poco más podemos hacer aquí, solo dejar que la Naturaleza decida sobre el destino de éstos dos.

Las luces del destartalado Land Rover, aún encendidas, dan a la escena un halo que se me antoja "Buñuelesco"... No estamos en las Hurdes, pero entorno los ojos y observo, como espectador ajeno al trajín, una escena  que se contiene perfectamente en el espacio de un teatro que levanta el telón; luna lunera algo débil por brumas de fondo y nubes de viento en la sierra cercana, lamiendo laderas a media altura, mientras la dehesa recoge negruras... Excepto la esfera... Una burbuja de luz, vida y calor, donde se desarrolla la batalla final.


Un arroyo, dos orillas, una más alta del ras del agua, donde espera el Land Rover - algo caído de ruedas delanteras, en la pendiente, para que el morro apunte bajo y nos lleguen las tenues luces de faros amarillentos -, media docena de chopos que hunden raíces, al descubierto, en el riachuelo que arrastra hojas de otoño... Más allá empieza el encinar; una vaca rubia como el pasto de agosto, en el centro del arroyo, y dos paisanos: uno con boina y mono azulón, el otro en vaqueros y chubasquero rojo chillón, aunque ahora ya solo quedan tonos negros de lodos y barros, sin compasión.
Un choto recién venido, al que hace un rato hice el boca/boca tras apartarle la "telilla" que obstruía su garganta ¡joder!... Si no lo veo no lo creo.

No estoy seguro de nada en ésta vida, pero casi podría asegurar - casi - que solo en globo me falta montar... Del resto no me atrevo a confirmar o desmentir, no sea que aparezca alguien asegurando cosas que yo quise olvidar.


Nos vamos de allí como vinimos... El paisano en coche y yo, manos en los bolsillos y navaja campera al cinto, andando a casa, que la tengo cerca, tan solo a dos rotos de alambres de espino... Por el mismo lugar que pasan jabalíes, zorros, liebres y "personas humanas" que van a cazar; la sola compañía de mis perros que siempre vienen y vigilan la espalda, sin reclamo, cumpliendo un deber de guarda al amo, todo ello se les quiera o no ¡ja! ya quisiera el mundo tal lealtad.

Me meto en la ducha con el agua a punto de escaldar, y mientras borbotea la cafetera preparando un café tan negro como las horas pasadas, me da por pensar en las coincidencias que tiene éste suceso con otros que me ocurrieron en montaña - también en la vida diaria -, solo cambian actores y escenarios... Todo lo demás pertenece a historias con idéntico guión, la lucha por seguir en éste mundo cuando la vida se tuerce.

Recuerdo amigos perdidos y otros que aguantaron el tirón... Unos lejos de mi,  otros tan cerca como el calor que sentí escapar... También desconocidos que jamás volví a saludar.
No tenía pensado hablar de esto ahora, pero en éstas últimas horas algo me dice que llegó el momento de recordar.

Un cuatro de marzo del 2005 me vi envuelto en una esfera donde todo era diferente... Un espacio que ahora contemplo como espectador, bueno... realmente todo me ocurrió como actor principal, aunque hubo más personajes en ése "teatro".

Cometí un error... Y volé setenta metros ¡se dice pronto!... setenta metros; solo dos "toques" con el terreno, uno me abrió la cabeza y el último - impacto directo a un suelo inclinado de hielo acerado - me partió la espalda... Quizá no fue ése el orden de roturas, da igual.
Luego vino la espera, una lucha que me llevo donde nunca antes estuve: La esfera, el espacio donde nada es conocido y donde se decide lo que tenga que ser.

Os lo contaré, pero ahora me vuelvan a llamar - otro parto "imposible", ésta vez entre zarzales - y requieren mi presencia, no tanto por imprescindible si no más bien como único habitante cercano al lugar - ¿no será lo mismo que os ocurre en la montaña y la vida cotidiana? -... O ¿es que mucho blablabla, pero llegada la hora de la verdad nadie responde?... mucho blablabla, pero llegada la hora de la verdad ¿nadie es lo que parece?... mucho blablabla... pero si nadie va, el choto muere y la vaca también.

Yo también pude morir, pero no me dejaron - os lo voy a contar, pero será más tarde, vosotros podéis esperar, que los que ahora esperan no pueden más, y su vida vale, como la nuestra, lo que alguien quiera dar...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Cinco meses en solitario

A raíz de la "penúltima" actividad de Ueli Steck - al que llaman... con razón... la locomotora suiza - en la cara Sur del Annapurna... un viaje en solitario a velocidad impensable en montaña de tales dimensiones, me viene a la memoria una historia de otro solitario que yace en el olvido.

Recuerdo que durante nuestra expedición al Monte Hunter... allá por el año 82 - un invierno donde conocimos el frío y la "levedad del ser" - tuve la oportunidad de charlar... y mucho... con el trío de alpinistas, dos americanos y un inglés, entre los que se encontraba John Waterman - escritor, fotógrafo y ranger del parque McKinley - que me contaba una historia de ésas que parecen imposibles pero fueron realidad... la de un tipo llamado John Mallon Waterman - nada ver con él... excepto nombre y apellido - que realizó lo que posiblemente sea el mayor solitario de la historia del alpinismo.

Ya os conté en el artículo de nuestra expedición alaskeña, las penas y alegrías que nos sucedieron con ése trío que regresaba de la primera y única escalada invernal del espolón Cassin al McKinley - bueno... a mi siempre me gustó más llamarle Denali - y fruto de aquella amistad John me mandó, años después, su magnífico libro... la auténtica "Biblia alaskeña"... con todas las rutas de la época en los 80, referidas al Denali, Foraker y Hunter... a los que los indios siempre se referían como la "familia"... de ésto también os hablé en el primer capítulo sobre Alaska.

... casi 400 paginas con los itinerarios soñados...

Puesto que la casualidad existe y en el caso que nos ocupa tenemos nombres y apellidos idénticos... quizá sea buena idea señalar al protagonista de la historia - el solitario alaskeño - como Johnny... y así lo podremos diferenciar de John - el otro que yo conozco y que seguramente más conoce sobre la historia de Johnny... puesto que escribió en algunos de sus libros y artículos para la revista Climbing (EEUU) sobre la compleja personalidad del personaje que vamos a comentar.

En el mes de abril de 1981, Johnny desapareció en algún lugar bajo la vertiente Este del Denali... unos alpinistas que también merodeaban por el glaciar fueron los últimos en verle caminando en solitario y sin precauciones por un glaciar que - como todos los glaciares de la Tierra - siempre guardan sorpresas.

Navegar en solitario por un mar de fiordos helados - así se me ocurre describir las tierras montañosas de Alaska - no es algo que entre en cabeza bien "amueblada"... pero así son las cosas cuando alguien decide entregarse al sueño definitivo.

... fotografía aérea... "Mount Mckinley - The Conquest of Denali"... autor Bradford Washburn...

En aquella década de los 70 y principio de los 80 ya se realizaban actividades que - seguramente hoy en día - permanecen olvidadas... por ejemplo la que protagonizó en 1976 Charlie Porter cuando se merendó el espolón Cassin al Denali en apenas 36 horas sin pausa - algunas voces comentaron que se aprovechó de cuerdas fijas instaladas por otras expediciones... siempre hay voces en los silencios -.

En 1980... Reinhold Messner hizo sueños realidades cuando recorrió, en tres días solitarios, la cara Norte del Everest... ni cuerdas fijas, ni sherpas... por supuesto sin oxígeno. No sé si me explico.

Y nuestro protagonista Johnny... inauguró en 1978 el espolón SE del Monte Hunter... en un viaje de 145 días - algo inaudito y que posiblemente no tiene historia similar que se acerque a tal envergadura -... graduada en la escala "Alaskeña" (especialmente particular y establecida en 1966 por Boyd N. Everett) como grado 6 (máximo)... implica escalada en roca (libre y artificial), hielo, aristas inestables... y lejanía del lugar.

Repito... ¡145 días!... el mayor solitario de la historia del alpinismo.


Apenas cumplidos los trece años, su padre Guy Waterman le introduce en la escalada, junto con su hermano Bill, en los Shawangunks (New York - EEUU)... descubren juntos el potencial de Johnny... el mismo poderío que le llevó, entre otras muchas escaladas, a colocarse en todo lo alto del Denali, con recién estrenados 16 años.

En 1972 - con 19 años - realiza con un grupo de amigos la apertura de la arista Este del Huntington... una escalada plagada de peligros que, sin embargo, no parece bastar al inquieto Johnny - algunos amigos comentan que su mirada siempre se dirigía hacia el Oeste... el Monte Hunter -.


Al año siguiente... acompañado por Dean Rau, Dave Carman y Don Black... alcanzaron entre nieblas y tormentas, lo que creyeron sería la cumbre del Monte Hunter; pero Johnny descubrió pocos días después, al regreso, que se quedaron a unos pocos metros por arista sencilla.

Aquello desestabilizó, aún más, una mente ya errante... su amigo Rau escribió de aquella escalada "pensé que escalaba con un loco"... Johnny relataba oraciones en voz alta, realizaba gestos al aire y se perdía en pensamientos inconfesables.


Entretanto... la lista de amigos de Johnny se reducía drásticamente... unos pulverizados por avalanchas a los pies del Dhaulagiri (Himalaya) y en el Gran Teton (Montañas Rocosas-USA), otros en el Cervino (Alpes)... algunos en accidentes de carretera o maniobras nefastas en escuelas de escalada... terminando con el accidente de su hermano, embestido por un tren cuando repartía paquetería en su furgoneta... lo que le costó la amputación de una pierna y su misteriosa "desaparición" de la escena familiar.

Decidido a realizar su sueño... Johnny se trasladó a Talkeetna... a un motel del mismo nombre y del que fue desahuciado por el propietario cuando éste le descubrió subiendo a la habitación grandes bloques de hielo; rellenaba la bañera y allí permanecía horas para "endurecer" cuerpo y espíritu.


El 24 de marzo de 1978 Johnny llegó al glaciar Tokositna para realizar su particular lucha con el Monte Hunter - una nueva ruta -... llevaba consigo comida para 74 días, poco más de mil metros de cuerda, cuarenta tornillos de hielo, piquetas y "dead man"... incluyendo unos 20 clavos de roca.

Dividió la escalada en once secciones... fijó su cuerda y realizó más de una docena de porteos... volviendo a repetir la operación en la siguiente sección; superó un corredor inicial de más de cuatrocientos metros, bloqueado por zonas rocosas de V+/6A... y movió toda la carga hasta la zona desplomada considerada como la llave de la escalada.
Tres días le llevó atravesar el desplome rocoso y mover, de nuevo, toda la carga... así un día tras otro... y otro... y otro...

... autofoto con disparador automático en el sector desplomado... ¡tremendo!...

En el "American Alpine Journal 1979"... Johnny relata una escalada que va más allá del uso del cuerpo para progresar; un camino tortuoso, sufrido y monótono... durante el que, en un momento dado, se ve obligado a pedir ayuda por la emisora que portea, al piloto Cliff Hudson, para que le lance desde su avioneta y en pleno vuelo rasante... sobre la arista de merengues, algún remedio contra la plaga de piojos que le devora.
Como agradecimiento... le dedica una voltereta, en toda regla, sobre una ínfima repisa a cientos de metros del suelo... mientras el piloto se aleja, seguramente pensando que ése tipo anda perjudicado.

La odisea de éste pequeño gran hombre... castigado por algún tipo de enfermedad mental - se habla incluso en el origen genético... ya veremos esto más adelante - seguramente es difícil de relatar y aún menos que nos "atraviese" el dolor físico y mental que soportó.

En la zona de aristas avanzaba calzado con "apreskis" infantiles - del tipo BugsBunny -... auto asegurándose a muchos metros de distancia... lo que le ocasionó sustos importantes ante algunas caídas.

Tras 102 días... alcanzó la cumbre Sur, pero no era suficiente para Johnny... y le llevó 43 días más atravesar el inmenso "plateau" que lleva a las cumbres Central y Norte... para luego descender por la arista Nordeste.


Después de aquello... Johnny entró en un espacio mental todavía más difícil de valorar - incluso se auto ingresó en un hospital psiquiátrico durante un tiempo -... pero planeaba su última gran travesía... una nueva ruta, en pleno invierno, al gigante Denali.

Ya por aquel entonces Johnny era conocido tanto por sus escaladas al límite... como salir corriendo por la ciudad vestido con capa negra y enormes gafas decoradas con estrellas o arruinar sus conferencias al quitarse la camisa y posar en plan "to be or not to be".

En febrero de 1981 salió de las playas que bañan la costa de Anchorage, a más de 180km. de Talkeetna, con una mochila que eclipsaba sus escasos 1,60m. de altura... luego siguió hacia el glaciar Ruth - allí fue visto por última vez... enfundado en un mono de aviador, sin tienda ni saco de dormir... y como víveres solamente un paquete de harina, otro de azúcar y una lata grande de "Crisco" (grasa de cocinar) -.

Le vieron navegando por ése océano helado plagado de olas rotas... unas tras otras... sin descanso.
A pesar de las posteriores búsquedas por aire... nunca encontraron resto alguno de Johnny - cosa que aumentó su leyenda al punto de publicarse, incluso, que quizá sobrevivió y anduvo por Alaska escalando en soledad -.


Guy Waterman... padre de Johnny, murió en el 2000 a los 67 años; según las autoridades, que lo encontraron congelado en una zona montañosa de New Hampshire, cometió suicidio premeditado.
Trabajó como "escritor de discursos" para algunos presidentes americanos, y como asesor económico y legislativo en el Senado de EEUU.

Su posición social, y por tanto económica, fue desahogada... pero algo no debió funcionar correctamente porque, en un momento de su carrera, hastiado de la civilización y seguramente influido por la muerte de dos de sus hijos - con Johnny siempre tuvo una relación especial -, decidió retirarse con su segunda esposa a un rancho de 16has. en Vermont ... sin luz eléctrica, agua caliente o calefacción... para vivir en paz con la Naturaleza al más puro estilo colono americano.

Dejó un escrito a un viejo amigo:

"Siento apartarme de ésta manera, pero he tratado de explicar mi pensamiento sobre las viejas perspectivas y deficiencias, que veo en la vida... no se trata de una cuestión sobre irse o permanecer - más bien cuando y como irse. Parece apropiada la linea que marcan, por encima, los árboles con el viento - me encontraré con Johnny, a quien siempre sentí más cercano que ningún otro ser".

Luego... una tarde de invierno subió a la montaña, por un camino que abandonó cercano a una cresta... y se sentó a esperar.