”Criic…criic..broumm…mmm”…la vieja Sanglass, con barras laterales plateadas y alforjas de cuero tachuelado, enfiló la carretera de Colmenar Viejo con la misma alegría que los jinetes que la montaban. Mi padre…con camisa remangada a lo James Dean y gafas de aviador. Mi madre…sentada de lado y con pañuelo a lo Sofía Loren.
Y yo, apenas cinco años, con una máscara de plástico amarillo que me cubría toda la cara…entre los dos.
Ese domingo de mediados de agosto el destino, al contrario que en otras ocasiones, ya estaba fijado.
Como si conociera el lugar…mi padre atravesó Manzanares el Real y nos encaminó hacia los chiringuitos del Tranco. Aquello era un jolgorio. Una charca que duplicaba la superficie, gracias a una hilera de piedras estratégicamente colocadas, nos permitió refrescarnos antes de que mi padre se acercara al quiosco cercano…y le perdiéramos de vista charlando con alguien. “Nos dejas aquí y te vas al bar”, dijo mi madre a su vuelta. Mi padre sonrió.
Tres años más tarde repetimos el viaje. Esta vez en el flamante “600” de color verde oliva. Esta vez… un domingo de mediados de enero, frío y nevado desde el mismo pueblo de Manzanares. Esta vez…antes de llegar al Tranco, a la altura de la ermita, mi padre giró a derechas y empezó a luchar por subir un camino embarrado y con restos de nieve, hasta el final, donde la ladera parecía venirse encima y aparecían lanchas y piedras de gran tamaño.
.”Ya estamos”, dijo muy ufano.
.”Ya estamos…¿donde?”, contestó mi madre con los brazos en jarras.
.”Pues…donde voy a levantar una casa”.
Los dejé con sus líos y empecé la exploración.
No tenía ni idea que aquella zona se llamara el Alcornocal, ni que las inmensas placas cercanas recibieran el nombre del Halcón. Ni qué decir de la montaña nevada y lejana cerrando el valle…la Maliciosa. Eso sí…me dijeron que “aquel pico más alto” era el Yelmo.
Domingo a domingo y muchos lunes…durante 14 años…mi padre colocaba piedras y ladrillos sin aparentes signos de flaqueza, como si no hubiera un fin en aquella obra, como si el fin…fuese el camino.
Durante años durmieron en una estantería olvidada del salón de casa, una colección de libros de aventuras…de tapa dura y adornada con dibujos de rostros heroicos.
Animado por aquellas lecturas y el deseo de conocer historias impensables, con el beneplácito de mi madre que por fin dejaría de pasar el plumero por aquel rincón, me hice con la herencia de mi hermano…incluyendo otra tanda de ejemplares de la “colección Pulga”.
Animado por aquellas lecturas y el deseo de conocer historias impensables, con el beneplácito de mi madre que por fin dejaría de pasar el plumero por aquel rincón, me hice con la herencia de mi hermano…incluyendo otra tanda de ejemplares de la “colección Pulga”.
Aquello terminó por despertar un irresistible deseo de vivir aventuras, luchar por causas nobles, liberar cautivos, salvar doncellas, encontrar tesoros, recorrer tierras ignotas, luchar contra gigantes... descubrir otros mundos.
A mediados de los 60 Manzanares el Real era un pueblo que mantenía ése sabor serrano montañés. Ganaderos y canteros se repartían el tajo a partes iguales.
Nuestros viajes a la obra se repetían incansablemente. Invierno o verano, con sol o lluvia, nieve o heladoras nieblas. Salíamos el domingo, más allá del mediodía, parábamos en la vaquería de una calle contigua al Ayuntamiento y nos metíamos dos enormes vasos de leche - de la auténtica -, cargábamos media docena de sacos de cemento en aquel “600” que se apretaba en exceso al suelo… y empezaba la faena.
Ayudaba a mi padre a preparar la “masa” de la jornada y luego me perdía por ahí.
Así las cosas…cada año me alejaba un poco más del territorio conocido, a la búsqueda de lugares mágicos. A veces me enriscaba, otras gateaba por las ramas de alcornoques cercanos, descubría la cueva de Ave María, contemplaba buitres en Peñas Cagas, me perdía en el bosque del cerro Camorza o me quedaba sentado en algún pedrusco observando legiones romanas en formación vitoreando al César…un duelo al sol entre pistoleros o un montón de indios a caballo persiguiendo la diligencia.
.“Ruedan películas del oeste”…decía mi padre. “Son actores americanos”…apostillaba mi madre.
Cuando era posible dormíamos en la obra, bajo una pila de ladrillos que parecía no mermar. Encendíamos el “carburero” y nos zampábamos la tortilla de patatas con pimientos…tan ricamente. Cubiertos por unas mantas desechadas por viejas, llegaba un amanecer tempranero. La faena comenzaba a las cinco de la mañana.
Mi padre era churrero y, en ése oficio de “artes blancas”, el único día libre completo siempre fue el lunes. Yo soñaba con las vacaciones para poder dormir bajo aquel cielo.
Nunca fue un problema en casa eso de madrugar…las primeras luces del barrio nos pertenecían…a nosotros …a los barrenderos con manguera feroz y al sereno con chuzo intimidante.
Hay lugares por la Pedriza, de aquellos años, que no he vuelto a encontrar.
Un domingo de una primavera lluviosa, de un año que no recuerdo, ocurrió el “encuentro”. Bien aprendido el guión, recién llegados al terreno, mi padre se lió con el cemento a los pies del omnipresente montón de ladrillos. Mi madre de visita a una vecina cercana, en idénticas circunstancias de marido albañil. Y yo…a lo mío.
Pero ésta vez tenía un plan secreto…ésta vez ya sabía quiénes eran Robin Hood, Tom Sawyer, Phileas Fogg, Héctor Fieramosca, Miguel Strogoff…incluso el Capitán Kidd. Nada podría pararme. Así pues y convencido que podría emular sus andanzas…me lancé a la conquista del Yelmo.
El camino elegido no fue otro que la directa…atravesando jarales pringosos, trepando por llambrias y superando bloques de buen tamaño…hasta alcanzar la Gran Cañada. Inaudito.
Repleto el cuerpo de golpes y arañazos me alcanzó una breve pero intensa tormenta de granizo.
Aún hoy…cierro los ojos y me atraviesan imágenes lejanas, con la misma fuerza de las nubes que lamen aristas y parecen prolongar el tamaño de las cornisas, lanzando cristales hacia la otra vertiente. En una especie de nebulosa veo a un muchacho, con poco más de diez años…flaco…a pesar del “Bovril”…de inmensos ojos azules algo desafiantes…en bañador y zapatillas “La Tórtola”…mirando siempre hacia arriba.
Luego…apareció el arco iris. Y no pude resistirme a saber donde se originaban esos colores.
Solo cuando el sol se escondió más allá de un oeste lejano, me dí cuenta de que estaba perdido y me asedió una angustia infinita. Apreté el paso sin rumbo fijo…incluso corriendo cuando fue posible y por alguna razón acerté a encontrar pequeñas veredas y algunos hitos de piedra…que perdía y recuperaba con la misma velocidad que palpitaba el corazón…mientras gruesos lagrimones resbalaban por las mejillas.
A punto de oscurecer avisté luces y respiré más tranquilo. Había llegado a los chiringuitos del Tranco, terreno conocido. La gente se afanaba en cargar el coche de mesas, sillas, cestas, sombrillas, niños, abuelos y algún perrucho sin raza definida. Una mujer, de cierta edad, me preguntó si estaba perdido…- no, señora - respondí apretando el paso por la carretera polvorienta. Llegué justo cuando mis padres se disponían a buscar a la Guardia Civil.
Ahora tocaba la bronca…justa e infinita.
.”¡Estás en la inopia!”, dijo mi madre.
.”¡Deja al cachorro!”, dijo mi padre.
Se me cerraron los ojos entrando a Madrid, a la altura de la Plaza de Castilla, escuchando sin atender…como una letanía lejana…la regañina constante y los aspavientos de mi madre, mientras un agradable sopor me depositaba en otro espacio.
*Actualización febrero 2016
De aquellos años encuentro un documento (foto en papel B/N, escaneada)... seguramente el más antiguo (referido a la Pedriza), en la "charca del Tranco", con mi madre guardando al futuro "pedricero en ciernes".
Muy bueno, Carlitos!!! Bien escrito y bien contado...es un lujo para nosotros ( un poco más jovenes que tu...)el leer las pedazo aventuras que se vivian en esa época. Me siento identificado con algunos aspectos, pues al igual que tu tambien fuí y soy, un chavalin inquieto!!! Que te voy a contar a ti de mi...si casi me has criado en "tus pechos" !!!!
ResponderEliminarUn abrazo amigo!!!
Me llena de optimismo, (y hoy por hoy eso es raro), que te hayas decidido a diseñar y por consiguiente a contarnos tus experiencias , que como bien sabes tambien son las de tus coetaneos. Aquellos que vivimos esos avatares nos acordamos bien de lo mucho que imprimió caracter al alpinismo castellano y nacional esa expedición, a pesar de todos los inconvenientes con los que hubo que luchar; algo no nos faltaba, Carlos, y era audácia y motivación. Fueron años lúcidos, y la recompensa de la montaña no defraudaba nunca.
EliminarAhora la cosa no va por esos derroteros. Enhorabuena y un fuerte abrazo.
"el Jarque"
¡Eh...eh!... Miguelito...éres solo un poco más joven. Gracias y ya sabes que es una lástima que solo hagas 8A. Un abrazo.
EliminarCierto, Jarque... pero tendremos que seguir intentando que otros descubran nuevos espacios y formas de entender. Un abrazo.
EliminarNo sé bien por qué.
ResponderEliminarLeer tu blob me ha recordado a Boccherini, Violonchelista de la Corte en Madrid allá por 1776, retirado a Arenas de San Pedro para sacar a la luz lo mejor de sus composiciones.
Gracias por sorprendernos gratamente con esta nueva aventura, por tu peculiar estilo para contarlo, y sobre todo por lo que tiene de añoranza para los que pasamos por aquellas épocas.
Ya, ya, ya sé que soy mayor que tú, pero estamos muy cerca.
Sigue así, no cambies, y un fuerte y sentido abrazo.
Antonio Montes
Bueno, Antonio... cierto que algo retirado vivo... por las dehesas castellanas... al menos más tranquilas.
ResponderEliminarGracias y un fuerte abrazo.
Bueno y entrañable.Gracias chaval.
ResponderEliminarGracias a ti, Alberto... por leer.
EliminarSaludos.
Bonita la Pedra y la historia. Salud.
ResponderEliminarLa "Pedra" siempre sorprende, Mon. Me alegra guste la historia, la mía... que seguro cada cual tiene la suya.
EliminarSaludos cordiales.
Muy bueno el artículo, está claro que tu adicción a la montaña viene de esos relatos.
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