"La felicidad solo es real cuando es compartida"
(Chris McCandless)
Atravieso los "Barrerones" -Circo de Gredos- justo al tiempo de amanecer. Cientos de veces atravesé esa linea que conecta subidas y bajadas -da igual el sentido de marcha... será subida o bajada yendo y viniendo-; una linea que, a media ladera, deposita cuerpos que sueñan soñar, con un lugar histórico de carga emocional.
En ese flanqueo, siguiendo curvas de nivel que marcaron habitantes de cuatro patas -quizá trescientos metros de ladeo- se han vivido momentos duros... unos con buen final, y otros que acabaron cuatrocientos metros más abajo... el lugar donde desagua la Laguna Grande del Circo de Gredos.
El caso es que todavía es noche tardía cuando alcanzo el alto... el alto que permite ver los perfiles que podremos ver desde los altos... el lugar donde se aparecen torreones y murallas que se recortan contra un cielo añil naranja, repleto de estrellas brillantes a rabiar, más brillantes cuanto más frío acartona la cara.
La luna juega a desvanecerse, pero aún resulta espléndida e ilumina brillos y marcas de crampones que han picoteado hielo rastrero. Aún así enciendo, de vez en cuando, la linterna frontal... para no perder huella y altura.
Siempre es así cuando se alcanza el alto, de madrugada.
Tengo una cita con gentes que dicen llegar el día anterior, y me esperan cercanos al refugio Elola -el que ahora llaman refugio de la Laguna Grande de Gredos... cosas de los que no conocen la historia-. Yo, cumplo con mi parte y a eso de las ocho de la mañana me planto por allí.
He salido de casa, por aquel entonces en Manzanares el Real, a horas en las que se acuestan los "fiesteros" y se levantan los "currantes"... Me ladran hasta los perros y me da el alto la Guardia Civil, para que sople. También me registran el maletero. Es que no son horas "decentes" para ciudadanos que sueñan soñar. No me enfado, ya es habitual en esto de madrugar... ¿o será trasnochar?... no estoy seguro.
En el refugio ya huele a café en el comedor y a tabaco dulzón en la terraza... a partes iguales.
Pregunto si alguien me ha dejado un mensaje, pero nada. Creo que me han "traicionado" y aquí me hallo, más solo que la una antes de las dos.
El sol alcanza la cumbre del Almanzor, con ese amarillo que se blanquea según avanza la mañana. Distingo movimiento de gentes que ya enfilan el tramo hacia la Portilla del Crampón... Y otros que se desvían y cruzan a derechas, bajo la mole principal. Se distingue una huella que acaba escondiéndose en el cono de entrada a la vertiente Norte... estos van a la gran clásica.
Pero, hay otra huella que picotea, a mitad de recorrido, hacia el Diedro Esteras.
Este itinerario siempre me pareció el más alpino, para invierno... mi favorito, de todos los que surcan el Almanzor... Ya os hablé sobre esta escalada en Mi primera vez.
El caso es que intuyo movimiento en el Diedro Esteras y me animo a echar un vistazo. Desde la Hoya Antón enfilo la linea directa a la base de la pared; las condiciones son excelentes: nieve dura y continua.
Entro en el canal inicial y allí me encuentro con un escalador, afianzado en la reunión, asegurando al compañero, que ya anda liado con la zona clave: el magnífico paso del bloque empotrado.
Me busco, a su lado y un tanto por debajo, un lugar donde esperar... Limpiando hielos encuentro una fisura perfecta para una "americana" -clavo en "V"- y ya, bien afianzado y fuera de la linea de peligro, charlamos un rato mientras el colega lucha por entrar en el agujero del bloque empotrado.
Estos metros son magníficos y cambiantes según condiciones: por dentro o fuera -más expuesto- da paso a un pequeño muro que finaliza en la arista de nieve que llega desde la Norte clásica.
Por fin se oye el grito de guerra: ¡reunión!. Y, mientras me zampo un sandwich de varios pisos: jamón, queso, salami, tomate, lechuga, cebolla y mantequilla... todo entre tres rebanadas de pan tostado, nos despedimos y se aleja hacia su batalla... Yo tengo la mía para meterme entre pecho y espalda tamaña cantidad.
Libre el camino por delante, me coloco el arnés, con un par de tornillos cortos y clavos de roca, unos mosquetones sueltos y anillos en bandolera. La cuerda, desplegada y asomando cabo, en la mochila... Todo "por si acaso", famosa frase.
Me encuentro bien y el terreno acompaña, decido sobrepasar el bloque empotrado por fuera... un muro a izquierdas, repleto de pegotes de hielo corcho. Perfecto.
El día es frío y soleado, sin viento. Reina una calma agradable.
En el terreno de trepada que conduce a la cumbre, me detengo un par de veces a contemplar el trasiego de gentes que no madrugan. Este alto del Almanzor permite contemplar los mismos perfiles que ya vimos desde los "Barrerones"... pero desde el otro alto.
Somos tres en la cima, aunque se oye griterío que viene por la ruta normal, un montón de gente que hará cola en el tramo final. También otros que van llegando de la Norte clásica.
A estos dos, con los que compartí itinerario, les invito a caldo bien caliente -aguanta bien el termo de acero, después de tantas horas-. Se les ilumina la cara cuando entra al garguero ese líquido reparador de cuerpos y almas.
Bajamos juntos, rapelando desde la cumbre, mientras evitamos la marabunta que enfila hacia la cumbre. Damos voces: ¡no te agarres a mi cuerda! ¡a ver! ¿qué haces pisando las puntas? ¡Ayyy, Señor!.
Por fin alcanzamos la Portilla del Crampón, sin daño, cosa nada fácil... aunque parezca lo contrario.
Han pasado los años, seguramente más de veinticinco, y hoy logro reconocer -gracias a otros colegas- a uno de aquellos escaladores con los que coincidí aquel año: Victor Manuel Ayuso.
Larga vida, compañero.
El caso es que todavía es noche tardía cuando alcanzo el alto... el alto que permite ver los perfiles que podremos ver desde los altos... el lugar donde se aparecen torreones y murallas que se recortan contra un cielo añil naranja, repleto de estrellas brillantes a rabiar, más brillantes cuanto más frío acartona la cara.
La luna juega a desvanecerse, pero aún resulta espléndida e ilumina brillos y marcas de crampones que han picoteado hielo rastrero. Aún así enciendo, de vez en cuando, la linterna frontal... para no perder huella y altura.
Siempre es así cuando se alcanza el alto, de madrugada.
Tengo una cita con gentes que dicen llegar el día anterior, y me esperan cercanos al refugio Elola -el que ahora llaman refugio de la Laguna Grande de Gredos... cosas de los que no conocen la historia-. Yo, cumplo con mi parte y a eso de las ocho de la mañana me planto por allí.
He salido de casa, por aquel entonces en Manzanares el Real, a horas en las que se acuestan los "fiesteros" y se levantan los "currantes"... Me ladran hasta los perros y me da el alto la Guardia Civil, para que sople. También me registran el maletero. Es que no son horas "decentes" para ciudadanos que sueñan soñar. No me enfado, ya es habitual en esto de madrugar... ¿o será trasnochar?... no estoy seguro.
En el refugio ya huele a café en el comedor y a tabaco dulzón en la terraza... a partes iguales.
Pregunto si alguien me ha dejado un mensaje, pero nada. Creo que me han "traicionado" y aquí me hallo, más solo que la una antes de las dos.
El sol alcanza la cumbre del Almanzor, con ese amarillo que se blanquea según avanza la mañana. Distingo movimiento de gentes que ya enfilan el tramo hacia la Portilla del Crampón... Y otros que se desvían y cruzan a derechas, bajo la mole principal. Se distingue una huella que acaba escondiéndose en el cono de entrada a la vertiente Norte... estos van a la gran clásica.
Pero, hay otra huella que picotea, a mitad de recorrido, hacia el Diedro Esteras.
Este itinerario siempre me pareció el más alpino, para invierno... mi favorito, de todos los que surcan el Almanzor... Ya os hablé sobre esta escalada en Mi primera vez.
El caso es que intuyo movimiento en el Diedro Esteras y me animo a echar un vistazo. Desde la Hoya Antón enfilo la linea directa a la base de la pared; las condiciones son excelentes: nieve dura y continua.
Entro en el canal inicial y allí me encuentro con un escalador, afianzado en la reunión, asegurando al compañero, que ya anda liado con la zona clave: el magnífico paso del bloque empotrado.
Me busco, a su lado y un tanto por debajo, un lugar donde esperar... Limpiando hielos encuentro una fisura perfecta para una "americana" -clavo en "V"- y ya, bien afianzado y fuera de la linea de peligro, charlamos un rato mientras el colega lucha por entrar en el agujero del bloque empotrado.
Estos metros son magníficos y cambiantes según condiciones: por dentro o fuera -más expuesto- da paso a un pequeño muro que finaliza en la arista de nieve que llega desde la Norte clásica.
Por fin se oye el grito de guerra: ¡reunión!. Y, mientras me zampo un sandwich de varios pisos: jamón, queso, salami, tomate, lechuga, cebolla y mantequilla... todo entre tres rebanadas de pan tostado, nos despedimos y se aleja hacia su batalla... Yo tengo la mía para meterme entre pecho y espalda tamaña cantidad.
Libre el camino por delante, me coloco el arnés, con un par de tornillos cortos y clavos de roca, unos mosquetones sueltos y anillos en bandolera. La cuerda, desplegada y asomando cabo, en la mochila... Todo "por si acaso", famosa frase.
Me encuentro bien y el terreno acompaña, decido sobrepasar el bloque empotrado por fuera... un muro a izquierdas, repleto de pegotes de hielo corcho. Perfecto.
El día es frío y soleado, sin viento. Reina una calma agradable.
En el terreno de trepada que conduce a la cumbre, me detengo un par de veces a contemplar el trasiego de gentes que no madrugan. Este alto del Almanzor permite contemplar los mismos perfiles que ya vimos desde los "Barrerones"... pero desde el otro alto.
Somos tres en la cima, aunque se oye griterío que viene por la ruta normal, un montón de gente que hará cola en el tramo final. También otros que van llegando de la Norte clásica.
A estos dos, con los que compartí itinerario, les invito a caldo bien caliente -aguanta bien el termo de acero, después de tantas horas-. Se les ilumina la cara cuando entra al garguero ese líquido reparador de cuerpos y almas.
Bajamos juntos, rapelando desde la cumbre, mientras evitamos la marabunta que enfila hacia la cumbre. Damos voces: ¡no te agarres a mi cuerda! ¡a ver! ¿qué haces pisando las puntas? ¡Ayyy, Señor!.
Por fin alcanzamos la Portilla del Crampón, sin daño, cosa nada fácil... aunque parezca lo contrario.
Han pasado los años, seguramente más de veinticinco, y hoy logro reconocer -gracias a otros colegas- a uno de aquellos escaladores con los que coincidí aquel año: Victor Manuel Ayuso.
Larga vida, compañero.
Nadie mejor que tú para describir esa ascensión. Creo recordar que has pasado gran parte de tu vida en esa montaña hermosa, de firmes y bien consolidados roquedales. Vivido con éxito y satisfacción, siguiendo rutas y vías, ora llanas, ora empinadas como menhires, mas lo que un día pudo ser tragedia resultó sólo drama. Un drama que supiste afrontar con la grandeza de ánimo propia de un buen alpinista. He seguido esa ascensión tuya palabra a palabra, paso a paso, por la misma o muy parecida senda a la cumbre. Así pues, rememorando la cita del principio de tu post, quiero decirte que sí, que en mi opinión la felicidad no solamente es real, sino acaso mayor, cuando es compartida. Que pases, pues, unas muy felices fiestas de Navidad en ese idílico rincón manchego. Un abrazo para tí y otro para tu esposa de José y Ruth.
ResponderEliminarCierto, José; Gredos ha sido, durante décadas, el lugar donde regresar... siempre. El Almanzor, como cumbre castellana, lo he "asediado" por vertientes cercanas y otras desconocidas hasta hace poco. Gredos me dio el título de alpinista y casi me lo quita ¡de golpe!. Pero aquí estamos. De compartir ¡ni hablamos! que nada hay como más ojos para contemplar murallas.
EliminarFeliz Navidad y mejor año para vosotros.
Lo del libro ya te lo sugerí yo hace tiempo... Y lo reitero cuanto más escribes!
EliminarSaludos
Gracias, Diego... eres un incondicional "clasicorro" y, si algún día algo se publica... será un placer regalar.
EliminarSaludos cordiales.
Va siendo hora que te pongas a ello!!
ResponderEliminarGracias, Javier... Ya veremos si me pongo a ello ¡o ello me pone!
EliminarUn abrazo.