Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


martes, 13 de septiembre de 2016

Mi primera vez...

Dudo mucho que mi primera vez fuera o fuese distinta a la primera  vez ajena.

Mi primera vez mariposeó el estómago durante las semanas anteriores. Ya me dejaron pistas para intuir que "aquello" sería importante... El principio del nunca acabar.

Aquellas líneas esbeltas pero rotundas, quizá más rotundas que esbeltas (siempre me gustaron así) invitaban a un recorrido completo... de abajo hacia arriba... y de arriba hacia abajo.
Recorrer, con todos los sentidos, aquellas formas desnudas que escondían secretos dispuestos a desvelarse... Claro está que todo dependería de las partes implicadas... Pasión y sensibilidad, a partes iguales.
Sin prejuicios ni aspavientos. Sin más.

Los amigos me juraron que "aquello" sería el doctorado para un muchacho con poco más de dieciséis años recién cumplidos.
Los amigos estos tampoco estaban muy "puestos" pero les gustaba ir de "enteraos"... Ya sabéis de qué van los "enteraillos" estos.
Bueno, también debéis saber que, en aquellos tiempos, las cosas iban (del verbo ir) muy rápidas (del verbo correr)... o muy lentas (adjetivo).
Según qué cosas.

El caso es que, tras noches sin dormir a pierna suelta, la suerte estaba echada... También podría ocurrir que uno no estuviera ¿o será estuviere? o incluso estuviese a la altura de las circunstancias. Pero uno siempre fue muy "echao palante" (esto, años más tarde, trajo disgustos... también alegrías, claro).

Ocurrió en invierno... Un día de estos os contaré por qué todo lo que deseo ocurre u ocurrió, principalmente, en invierno.

El asunto tiene tal "envergadura" que no recuerdo haber visto el refugio. A ver... supongo que suponéis que hablo de montañas ¿no? ¡Ayyy!

Me refiero al refugio Elola de la Laguna Grande del Circo de Gredos (encabezo con mayúsculas porque ese lugar siempre fue, es y será especial para mí).
Ya os conté mi primera visita estival al Almanzor... Pero esto sería diferente, un bautizo de fuego en el reino del hielo.

Llegamos a media mañana, durante una ventisca; horas de pérdidas y encuentros en el camino cubierto de nieves duras; apenas sobresalían las puntas de los piornos buscando luz.

Instalamos la tienda "isotérmica" y nos lanzamos al interior... A deshacer la costra de hielo que nos recubría.
Hierve el agua a borbollones, mientras los macarrones intentan saltar la perola... El interior de la tienda parece una sauna nórdica... con tipos sudorosos (pero vestidos).

... esta sería la tienda "isotérmica"... esos serían los piolets... ¡y esa la guisa de los "alpinistas"! (foto escaneada de papel, en la Sierra de Guadarrama... por aquellos años)...

La tarde se presentó algo mejor y aprovechamos para jugar un partido de "hockey", bien pertrechados con crampones y piolets, sobre el cristal, limpio y neto al punto de ver el fondo, de la Laguna Grande.
Un cartucho azulón, bien aplastado, de esos de los de antes (a perforar, de camping gas) sirvió de disco para ser golpeado con la cruz del piolet.

El partido terminó con cuerpos doloridos; miles de puntazos y cientos de grietas preocupantes sobre el terreno de juego.

Llegó la noche y los ruidos inundaron el Circo... ruidos de la laguna helada y ronquidos de los tipos estos (dicen que yo también, pero lo cierto es que nunca me oigo).

Yo no pegué ojo... bien pegado... durante las horas de esperas a ese momento de la tarea.
Alguien alzó la voz para avisar de que alguien debería asomarse al exterior, informar del tiempo... recoger nieve y encender el infiernillo.
¡Son muy listos estos!

Brillan las estrellas con ese brillo feroz del frío que brilla... No sé si me explico.

Las botas, de cuero, están congeladas (como los cordones, que parecen cable de acero).

... botas de "madera"...

Recuerdo, siempre recuerdo esa tarea, el sufrimiento para meter los pies en aquel "congelador", ya en el exterior de la tienda, mientras en el ábside "no isotérmico" de la tienda, vuelve a bullir el agua que mezclará restos de macarrones y leche condensada; el desayuno que nadie rechazará. Jamás.

Serían las dos o tres de la madrugada (antes se madrugaba así) cuando encendemos las dichosas linternas frontales "Wonder"... Un invento diabólico que, mediante un cable siempre molesto, conectaba una bombilla instalada en una parábola reflectante (con una goma elástica siempre "dada de sí") situada en el casco... Con una caja metálica que albergaba una pila de petaca, colgada del arnés o dentro del bolsillo de la chaqueta (a gusto particular... pero siempre igual de incómodo).
Siempre fallaba en el momento más inoportuno... Te pusieras o pusieses como quisieras o quisieses.

... linterna "Wonder"...

La ruta escogida resultó ser un magnífico itinerario inaugurado en el verano de 1970.
Los artífices fueron Laureano Esteras, Antonio Iglesias y Ricardo Blás.
Ahora, queríamos repetir en invierno aquel famoso largo que hablaba de un diedro taponado por un cascote... que podía sobrepasarse por dentro o fuera, según condiciones.
Esa ruta siempre la recuerdo como "Diedro Esteras" al Almanzor.

De los recuerdos que recuerdo de aquellos recuerdos, siempre me viene a la cabeza el frío helador que atravesaba chaquetas, jerseys (de los bonitos) y camisas de franela (a cuadros, por supuesto) y dejaba la espalda insensible.
Luego ya, al echar la mochila, la cosa cambiaba... a peor, claro.
Escalofríos, humedades... Y por fin uno podía sentir la mala colocación de la tartera metálica bien repleta de tortilla de patata, pimientos y algún filete empanado (cosas de las madres), clavándose (bien clavada) en el centro de la columna vertebral; es que, antes, las mochilas no estaban acolchaditas. Las hombreras tampoco.
¡Cualquiera se paraba a colocar bien aquello! Estos no esperaban y por menos de nada ¡zas! fallaba la jodía linterna ... ¡y ahí te quedas!.

Me tocó el largo bueno: el del cascote empotrado.

Me tocó darlo por fuera (por dentro no había espacio suficiente).

Me tocó sudar a pesar del frío.

Me tocó olvidar los metros que alejaban el último seguro.

Y, cuando pensé que había triunfado... Me tocó salir del aquel muro, a un cambio de pendiente en nieve polvo, justo cuando la diabólica "Wonder" me dejó sin luz.

Pero vamos... Por nada cambiaría aquellas horas que me hicieron "ver" el alpinismo que esperaba por la Tierra.

No sé si me explico.