Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


jueves, 22 de noviembre de 2012

La geoda

Recorremos el glaciar de Argentière a última hora de una tarde que se empeña en teñir de rojo las cumbres circundantes mientras, más abajo... a nuestros pies, empieza a escasear la luz.
El soniquete del pinchar de los crampones, siempre agradable y algo mágico, resuena en la cabeza y parece limpiar la mente con la misma intensidad que el aire frío entumece la cara.

Entre dos luces distinguimos el refugio y unas cuantas sombras que ya se asoman a la terraza... gentes que ésa misma noche, como nosotros, cumplirán el ritual de romper con el desasosiego que supone encender la frontal y acercarse a una pared que... mil metros más arriba... esperará, sin prisas, a unos cuerpos cansados pero felices.


Al igual que otros alpinistas, no disponemos de dinero bastante para pagarnos unas horas de descanso decente, así pues solo quedará deambular por el exterior y buscar la oportunidad en la que, una vez se haga el silencio tras la ruidosa cena, nos hagamos un hueco en la entrada donde se amontonan mochilas, botas, cuerdas y toda la parafernalia que no está permitida en el interior.

Allí... en un suelo de cemento con charcos a medio congelar, amasando un barro untuoso milenario y morrénico... que transportaron cientos de suelas "Vibram"... pasaremos las horas que restan hasta la medianoche.

Entretanto charlamos con algún inglés, checo o japonés sonriente, porque... los japoneses siempre sonríen... desconozco la razón.
Nos invitamos a té, tabaco, chocolate y un guiso de "aportaciones"... nos entendemos bien... sin conocer el idioma ajeno pero bastarán gestos grandilocuentes para saber a que pared nos enfrentaremos cada uno.

Algo tienen las noches alpinas que alborotan el estómago... mientras la vista recorre, sin ver, un paredón negro a la sombra de la luna... el lugar en el que viviremos las próximas horas... millones de estrellas como techo que siempre brillan furiosamente cuando aparece el frío.


Nosotros ya tenemos plan... un escocés pelirrojo y rechoncho que fuma como un carretero... dice que también... pero va solo. Un par de polacos valientes, algo harapientos... a las Droites. Tres nipones impecablemente vestidos... todos idénticos y cinta al pelo con serigrafía del sol naciente... al Triolet.
También unos italianos que, aunque parezca que discuten... no es así... simplemente lo parece, van a la Aiguille Verte. Algunos "chamoniardos" hablan de las Courtes... en su grupo... que los franceses, no todos, siempre fueron muy suyos.

Es de suponer que entre los que duermen dentro del refugio, unos cuantos tengan planes parecidos... así que, aprovechando que los del exterior estamos más cercanos a la puerta... tomaremos ventaja y saldremos los primeros a marcar territorio.

Uno de los polacos... que dice llamarse Mekla... o algo así, me ofrece un cigarrillo sin filtro de una cajetilla roja que reza Petra... tabaco fuerte y de humo espeso, pero me lo aprieto en los pulmones gustosamente... mientras se me cierran los ojos y reclino la cabeza sobre un  montón de botas malolientes.

La alarma del reloj es implacable y a medianoche en punto... nos sobresalta con su impertinente sonido... pi.pi.pi.piii... pi.pi.pi.piii... indicando que llegó la hora de salir a recorrer un glaciar iluminado por la luna y en el que solo utilizaremos la linterna frontal cuando la vista reciba señales de peligro.


Puesto que estamos vestidos, solo habrá que calzarse los crampones, colocarse el arnés, la cuerda y salir de allí... rumiando las galletas que guardamos en los bolsillos.

Curiosas éstas horas en las que tanto dan unos macarrones con bien de atún, un bocadillo de mortadela, una cerveza con tortilla, un vino con ibéricos, un cocido completo, un café con bizcochos o crepes con mermelada... incluso tarta al whisky.

De nuevo, el soniquete de los crampones mordiendo el hielo se convierte en un momento especial... mientras tratamos de adivinar por donde sortear las grietas abiertas y profundas... sin perder de vista la mole oscura que tenemos enfrente.

Echamos la vista atrás y ya adivinamos movimiento en el refugio... luces que apuntan a uno y otro sitio... extrañamente lejanas a pesar no estarlo tanto.

El terreno se empina y ya distinguimos la rimaya... un inmenso corte que separa la pared del glaciar... como si aquella se hubiera roto y éste caído al suelo.
La rimaya siempre da miedo... a veces deja al descubierto un enorme espacio negro insondable, que será necesario atravesar por algún puente de encuentro o quizá de una larga zancada... mientras del hueco entre las piernas se eleva un aliento helador que proviene de las entrañas de la Tierra.
Allí siempre hace frío.


Esta vez no opone mucha resistencia pero, aún así, exigirá atención y luego subir unos metros por un muro vertical hasta alcanzar la pendiente inicial que da acceso a la pared.

Subimos en ensamble una buena tanda de metros hasta llegar al primer resalte más vertical... serán dos tiradas en hielo duro y estalladizo... en la última de las cuales nos alcanza el escocés solitario... concentrado y respirando acompasadamente... ¡good luck!... nos grita sin dejar de moverse... ¡good luck!... respondemos mi compañero y yo al unísono... palabras que se traga la noche con un eco limpio y seco... mientras vemos alejarse su luz velozmente... o al menos así nos lo parece, aunque para él todo será diferente.

Ya vemos puntos diminutos y brillantes atravesando el glaciar... otros cerca de la rimaya... y el refugio lanzando luz a través de los cristales... los más retrasados estarán desayunando a conciencia, seguro que un buen colacao con galletas y pan tostado, cereales, mantequilla, mermelada, zumo, huevos revueltos, algo de queso, yogur y fruta... y nosotros aquí... con tres galletas masticadas a toda prisa.

Pasado el resalte tenemos de nuevo una tanda de metros en ensamble que nos dejan en otro tramo más serio y que sobrepasamos sin contratiempos, aunque también asegurando el terreno que, de nuevo, vuelve a ser hielo frágil. Vemos luces trabajando a varios cientos de metros de nosotros... así que apretamos el paso y nos dedicamos a compaginar un buen ritmo de subida que nos asegure tener por delante únicamente al escocés errante... al que por cierto ya perdimos de vista.


Amanece casi sin darnos cuenta y el sol ya ilumina la cumbre, aunque a nosotros todavía nos rodea cierta oscuridad... solo quedarán unos cientos de metros en terreno amable y podremos sentarnos a terminar lo que reste de las galletas que andarán desmenuzadas por los bolsillos.

De repente nos entra una pereza mortal... el ascenso es monótono y aburrido. Estamos a la altura de un espolón rocoso que parece emerger de la tediosa pendiente de nieve... y decidimos pasarnos a él y trepar por la roca... será más entretenido.

Y entonces ocurre.

A punto de apagar la linterna, mientras sobrepaso unos bloques apilados... percibo un destello entre ellos... y me da por investigar.
Abro y cierro los ojos para cerciorarme que no es un sueño... no lo es... allí... una geoda que se empeña en devolver la luz de la frontal, con más intensidad de la recibida y tiñendo colores imposibles... me permite meter la cabeza dentro, a través de un desconchón de buen tamaño.
¡Joder!... descubro cristales que solo vi en algún museo... grandes y bien formados... de color sangre y oro.
Al compañero se le descuelga la mandíbula al mismo tiempo que abre unos ojos como platos... lo que le impide articular palabra hasta pasado un buen rato.

No me atrevo a romper algún cristal grande, así que me llevo unos cuantos pequeños que encuentro por el suelo de la geoda.
Alcanzamos la cumbre sin apenas hablarnos... abandonando el lugar... con el pulso acelerado y una sonrisilla tonta que no nos abandonará hasta mucho más allá de la Mer de Glace, ya en el descenso, largo y cansino, hasta Chamonix.


Tampoco tenemos dinero para subirnos al tren de Montenvers... eso sí... podríamos ser algo más ricos solo con desvelar donde se encuentra ésa maravilla... pero a cambio... hurgo en los bolsillos y encuentro trozos de galleta que comparto con mi compañero y que nos saben a gloria... eso sí que es riqueza.

Nos despegamos de la vertiente de bajada... y recorremos el glaciar sin prisas, sabiendo que todavía tocará andar por ése camino que zigzaguea entre bosques y desemboca en la "capital" de los Alpes.


Aún hoy... es suficiente que me lleguen olores a "Chiquilin" para revivir aquel encuentro... una madrugada de verano, a punto de amanecer... de un año lento y largo... en un espolón que nos guiñó un ojo.

Podríamos ser algo más ricos... pero no ejercimos.



8 comentarios:

  1. cesarperezdetudela.com22 de noviembre de 2012, 17:55

    Muy bien Carlos Gallego, escribes con precisión y gracia. Este relato me ha gustado mucho. Veo que has escalado en variedad de escenarios y sigues haciéndolo. Enhorabuena. www.cesarperezdetudela.com

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  2. Gracias, César... dicen que los viejos "rockeros" nunca mueren... bueno... entretanto seguiremos intentando alcanzar cumbres, allá donde se encuentren, que ya soñamos un día... cuando nos apresó la montaña.
    Un abrazo.

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  3. Excelente relato Carlos, y como el mismo título, la experiencia tuvo que ser casi un tesoro. Un saludo

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    1. Cierto, Diego... en estos caminos de la montaña, eso ya lo sabrás tú seguro, a veces ocurren cosas increíbles... y eso forma parte del recorrido que nos anima a continuar.
      Un cordial saludo.

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  4. Decía un conocido aforismo que nada te pertenece más en propiedad que tus sueños ,tus logros se suceden siempre más allá de la imaginación aunque se fraguen en ella . Esto ya es suficiente riqueza " ejercida " ,sin duda ... pero disponer de algún recurso económico para hacer alpinismo facilita mucho las cosas desde luego ,todos lo sabemos . Eso sí, nunca dejara ese poso de romanticismo que tenía afrontar la vida y la montaña de cara , sin condicionamientos ni excusas.
    Fenomenal relato Carlos.
    Abrazo amigo

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  5. Cierto, David... los sueños - aquellos que nacen del corazón - no pueden comprarse; al menos no todos. Cierto también que el "vil metal" ayuda... pero cuando algo se desea... solo habrá que perseverar y recorrer un camino que ya es la "cumbre" en sí mismo.
    Un abrazo.

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  6. Carlos ya veo que perteneciamos unos cuantos,al club de la comedia de ¡Los miserables! pero hemos sobrevivido y estamos todavia dando gerra jejeje...
    Bonito reportaje,eres bueno.
    Saludote.Miguel Angel.

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    1. Gracias, Miguel Ángel... esos tiempos en los que no había un "duro"... bueno, a veces vuelven... pero no hay que rendirse... como decía mi padre... "todo tiene arreglo... menos la muerte".
      Un abrazo.

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