Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


jueves, 4 de julio de 2013

Amistades imposibles II

Llegaron a Bulnes sin que Tristán perdiera el aliento, en un monólogo continuo, mientras aquellos dos compañeros de viaje apenas pudieron entender los nombres de pasajes, historias y vivencias que se les relataban... "mirad el puente del Jardu...  éste paso lo talló en la roca el Celesto, ¡uff! que malos ratos por aquí... aquello es la cueva Colines" y ya entrando en Bulnes "ahí la casa del cura... y allá el cementerio, un día estuvo techado... y allí reposa el primer muerto del Picu".

La casa de Tristán quedaba cercana a unos molinos en ruinas... un lugar algo caótico y con tintes medievales.

Les preparó la cena y sacó de la despensa todo lo mejor que tenía, que no era muy variado pero si abundante; Mateo... con la boca repleta de queso y cecina... no paraba de meter vino, no tanto para facilitar el paso de aquellas viandas por la garganta, como evitar atragantarse al escuchar las historias de Tristán... como sacadas de un cuento de cuento.

- Nunca niegues la comida, Tristán - recordaba las palabras de su padre - Un hombre ha de comer, aunque merezca morir.

Con las primeras luces del día emprendieron la marcha hacia el refugio... primero habría que alcanzar la canal del Camburero, larga, empinada y hundida en aquel corte que parecía dividir las montañas, luego algo más arriba encontrarían las majadas del mismo nombre... donde tantas noches de verano pasó Tristán al cuidado del ganado; éste paso era obligado para llegar al Naranjo - el Picu Urriellu... según Tristán - y aunque hubo un tiempo en el que quedó relegado a un segundo plano, en favor de la subida desde Fuente Dé, seguía manteniendo ése carácter romántico que otorga la historia.

Tristán había decidido acompañar a estos dos hasta el refugio y luego ver... si aquello de escalar le convencía... al fin y al cabo sería parecido a lo que siempre hizo desde niño... trepar tras los rebecos en las jornadas de caza con su padre.


Pasaron la tarde holgazaneando... relatándose parte de su vida y sorprendiéndose, unos y otros, de las cosas que les ocurrieron en su corta existencia; luego Jeromé dijo algo de levantar un chorten por ahí... y despareció unas horas mientras los demás dormitaban la espléndida tarde de septiembre que se les vino encima.

El ocaso del día ya tintaba de bermejo la enorme mole de caliza que se levantaba al cielo... de un potente azul intenso; mientras... una brisa invisible sustentaba el vuelo de las chovas lanzando graznidos que retumbaban contra las paredes... un eco algo lejano que parece aumentar la soledad y que a Jeromé siempre le pareció inquietante.

- Y mañana ¿qué? - inquirió Mateo -.
- Pues a escalar, que para eso hemos venido - respondió Jeromé -
- Ya... pero ¿qué?... y a ver que hacemos con éste - lo dijo con un gesto de cabeza hacia Tristán.
- Bueno... yo no quiero molestar, pero si me ayudáis a subir al Picu quedaría muy contento... como un  homenaje a mi padre - Tristán hablaba algo lastimero.
- ¡Hombre! - continuó Mateo - podríamos hacer la del Cainejo y el marqués... pero tu no tienes ni arnés ni botas... ¡ya me dirás!.
- Bueno - contestó Tristán - según creo a ellos no les hicieron falta... y con vuestra ayuda... yo creo...
- ¡Bah! - soltó Jeromé - le atamos al pecho... y se apaña con las abarcas que lleva ¿no?.
- ¡Joder! - exclamó Mateo - todavía hacemos repetición de la vieja historia... jajaja... yo me pido el marqués, que siempre quise ser alguien... jajajajaja.
- Os lo agradeceré toda la vida - contesto Tristán, solemnemente.
- ¡Pues a dormir! - zanjó Jeromé - que mañana será un gran día.

Les amaneció subiendo la eterna pedrera de la Celada... justo al tiempo que una bruma mañanera desapareciera como por arte de magia... al inicio de la escalada en la vertiente Norte.

Tristán... con camisa de franela, pantalón de pana, abarcas y su morralillo de cuero... se dejó hacer el improvisado arnés, eso sí... sin perder de vista la maniobra, y sin preguntar la función de toda la parafernalia que desplegaron... mosquetones, clavos, tacos y trozos de cuerda en bandolera.

Mateo tiró en primera línea hasta la "llambrialina"... Jeromé cogió el turno hasta el bloque empotrado, ya en la chimenea final... y luego ensamblaron a la cumbre. Allí... Tristán manoteó a estos dos hasta ablandarles la espalda... mientras observaba su territorio desde una perspectiva desconocida.

- ¡Joder, con el campesino! - gritaba Mateo - donde trinca se queda.

Dese luego que se quedaba, Tristán aprendía muy rápido y se movía con soltura; puede que hubiese leído poco... puede que hubiese visto poco mundo - ¡solo Bulneslandia! - reía Mateo; pero aprendía - como un coyote - según Jeromé.

...................................................
                                               
Tristán tuvo una infancia feliz... Tristán había nacido para ser feliz; aquel muchacho se encargaba de las ovejas con un tesón admirable... tendría nueve o diez años cuando un otoño frío y tempranero le hizo convertirse, de golpe, en un hombre.

- Tristán - le dijo su padre - he de arreglar asuntos en Potes, tendrás que sacar los animales al pasto de la majada y volverlos a la tarde ¿podrás hacerlo?.
- Lo haré, padre - Tristán lo dijo radiante y deseoso de ayudar.

Aquel muchachillo que levantaba poco más que las ovejas que le encomendaron, desayunó temprano y partió al monte para proteger el rebaño; le acompañaban Pita y Ros... dos leales perros sin raza definida, pequeños y nerviosos.

Sentado en una piedra, a cierta distancia, no perdió de vista al ganado en momento alguno; estaba contento de que su padre confiara en él... y no le defraudaría por nada del mundo. Tristán nunca fallaría a alguien... eso lo sabría el mundo años más tarde.

Pasado el mediodía comenzó a chispear, el cielo se tornó gris y ventoso; una tormenta eléctrica se acercaba por el Norte... las que vienen del Norte siempre traían olor a salitre.

Un chasquido seco y atronador hizo que las ovejas corriesen asustadas y sin rumbo fijo; todas, menos dos o tres, permanecieron juntas... pero Tristán se dio cuenta que debía localizar a las huidas o las perdería para siempre.

Pasó horas, hasta entrada la noche, buscando aquellos animales... Pita y Ros ladraban cerca de un roquedal caótico... y allí las encontró, atemorizadas. A estas alturas llovía a mares y la montaña recogía sonidos de truenos, aguas y granizos.

Pero lo consiguió. Llegó a Bulnes cuando su padre y los vecinos iniciaban la búsqueda.

- ¡Ay, ay! - decía Florentina, una mujer que desde la muerte de su madre le quería y cuidaba como a un hijo - ¡pobrecito nuestro Tristán! -.

Pero Tristán apareció ante ellos, delante de su rebaño, con Pita y Ros, empapado y tiritando... con esos inmensos ojos negros, brillantes y altivos.

Su padre le abrazó y apretujó, con aquellas manazas que él mismo heredó... y le miró complacido.

- Ya te dije, Florentina - hablaba con orgullo - que Tristán saldría de ésta -.

Tristán durmió ésa noche como un rey.

A la mañana siguiente... bajó a la cocina temprano.

- Buenos días, padre... ¿que tenemos que hacer hoy? - su padre le miró sonriendo.
- Primero desayunar, Tristán. Un hombre tiene que comer -.

Tristán se ajustó, en altura, los pantalones... y se sentó a la mesa, cercana al fuego, dispuesto a oír los planes del día.

Así sería Tristán el resto de su vida.

                                                       .....................................................

En la cumbre del Picu, tras la escalada de la "Pidal/Cainejo"... Tristán sacó de su morral de piel curtida, con ése brillo que ofrece el cuero al uso de los años, un trozo de queso, media hogaza de pan y una bota de vino... mientras, como recordaba Mateo de algún pasaje bíblico, daba de comer y beber a los demás... les comunicó su nuevo proyecto de vida.

- Viajaré a Madrid, nada me sujeta en Bulnes.

Hicieron planes... y Mateo se ofreció a compartir con él un alquiler modesto en alguna barriada de la capital.


A la bajada del Picu, por la vertiente Sur, ocurrió un percance que pudo dar al traste con la alegría de esos días; antes de llegar a los rápeles, mientras destrepaban sin cuerda, por el anfiteatro... una zona cóncava y repleta de piedra sueltas... Mateo tropezó.

Notó ésa angustia que se crea en el estómago y sube al pecho, como un calambre, terminando en flojera y estallido de adrenalina... ya estaba en posición de volar, cara al vacío.

Una fuerza descomunal le paró en seco... la manota de Tristán le tenía sujeto por el cuello, desde la nuca a la nuez.

                                                     .......................................................

Tristán sacó los ahorros de la libreta, vendió las ovejas, encargó el cuidado de sus perros a Florentina, cerró su casa de Bulnes y se fue a Madrid con Mateo.

Pocos años después... Tristán aprobaría el graduado escolar, aprendería un oficio - electricista -... y se prepararía para bombero, mientras Mateo se encargaba de enseñarle todas las posibilidades de vivir la vida al límite... en la ciudad y la montaña.
Mateo, el vitalista Mateo, acogió a Tristán con un afecto inquebrantable.

Un invierno de hielos y nieves, más duro de lo normal, hicieron planes con Jeromé para unos días por el circo de Gredos... y allí, en plena tormenta furiosa... a mitad del "Diedro Esteras" al Almanzor... conocieron a Guzmán y Rolando; dos estudiantes a punto de acabar el bachillerato y de familias dispares... tanto por los barrios que habitaban, como los medios de que disponían.


Mientras Rolando luchaba por superar, en plena ventisca, el bloque empotrado... a Guzmán le acorazaba el hielo a punto de mimetizarle con el entorno; allí le alcanzaron estos tres... y allí se congelaron juntos hasta que Rolando indicó con tirones de cuerda que llegó a lugar seguro.

- Esto no es una reunión, macho - dijo Mateo a un Rolando tiritón - esto es suicidio... jajajaja - 
- Si no te gusta... ya sabes... búscate la vida, listillo - la respuesta le llegó a Mateo cuando éste ya ascendía unos metros hacia mejor lugar.

Llegaron juntos a la cumbre donde la cruz y el vértice geodésico alargaban su figura por el hielo que los recubría... y cada cual se dedicó a lo suyo; Jeromé no perdió tiempo en levantar un pequeño chorten en la cima gemela del Almanzor... Mateo, maldecía cuando se le volaba el tabaco de liar... Tristán escribía en una pequeña libreta que se perdía en sus manos... Guzmán murmuraba una oración... y Rolando soltaba "palabros" mientras saltaba para entrar en calor.


La tormenta dio paso a un cielo que desgarraba nubes largas entre claros limpios... atravesaron hacia el Venteadero, vigilados por un Ameal de Pablo y Risco Moreno que parecían emerger como helados de merengue, y luego cambiaron de garganta.
Bajo el risco del Gutre, a medio camino entre la lagunilla helada que yace a sus pies y el balcón que sujeta las cinco lagunas... levantaron un iglú para pasar la noche.

Resultaba cuanto menos curioso que un grupo tan variopinto forjara, con el paso del tiempo, una férrea amistad cuyo denominador común sería la montaña... amistades imposibles que jamás abandonaron.

- Guzmán, hijo... ésos amigo tuyos son un poco raros ¿no? - decía su progenitora, refiriéndose a la panda que frecuentaba.
- No, madre... son  buenos colegas.
- ¿Colegas?... ¿que palabra es ésa?... no te la enseñaron seguro en el colegio... que buen dinero costó y al que no fueron tus amigos, por cierto.
- ¡No empecemos, madre!... son mis amigos... y lo dejamos así.
- Rolando ya me pareció algo raro - insistía su madre - pero ahora es el no va más... un indio con coletas, un cabrero con boina y un camarero de tugurios nocturnos... ¡ya me dirás!, hijo.

Guzmán se incendiaba por dentro, pero prefería callar... a iniciar una discusión, ya conocida, que en algún momento pudiera incomodar a su madre con respuestas de las que arrepentirse; al fin y al cabo Guzmán pertenecía a una familia acomodada, católica y educada en principios conservadores.

Justo lo contrario que Rolando - de familia emigrante extremeña dispuesta a cualquier trabajo - al que conoció siendo ambos apenas adolescentes... y se juntaban a escondidas de los prejuicios, para soñar aventuras que acabaron acercándoles a la montaña.

Desde su encuentro con todos estos, en aquella escalada del Almanzor, apenas inaugurado el refugio Elola de la laguna, habían pasado unos años... y Guzmán sonreía para sus adentros - pensando que opinaría su madre - cuando recordaba como conocieron a Aka... un invierno en los Alpes, en una norte que no pudo ser.

Aka... era esquimal...