Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


lunes, 16 de mayo de 2016

Historias de Juan Lupión II

Lo prometido es deuda y aquí va el segundo capítulo con más historias de Juan Lupión... historias de cuando todo era diferente y las aventuras estaban garantizadas en cualquier montaña.

Bueno, todo era tan diferente que ¡hasta la gente pensaba diferente!.

(Texto y fotos Juan Lupión)



                                                                     
El mosquetón que me regaló Pedro.
Pilar Gervasutti del Mont Blanc de Tacul.

Terminado el curso y aprovechando que estoy en Chamonix intentaré organizarme para escalar alguna cosa más.

Cambio los confortables alojamientos de la ENSA por el camping libre en la zona de bosque que había entre el cementerio y la estación del trenecillo de Montenvers.
Como decía el Tenorio “ … yo , que a los palacios subí y a las cabañas bajé …”. 
Instalados aquí me encuentro con un montón de jóvenes diablillos que poco tiempo después llenaran las revistas especializadas de España y del mundo.

También me encuentro, instalado con familia y amigos, a mi querido amigo Pedro Gómez, vecino de mi barrio y compañero de club desde siempre, por el que siento un gran aprecio.
Monto mi tienda junto a la suya y paso a hacer la visita de cortesía.
Al poco rato estamos haciendo planes bajo la mirada incómoda de Merce, su mujer, que ve como en pocos instantes le robo su compañía en plenas vacaciones.
Pero bueno, por esta vez condesciende y me lo prestará por un día o dos.

Atraídos por el llamativo perfil que tantas veces hemos visto al salir del túnel de hielo de la Aguille du Midi, hemos decidido ir al Pilar Gervassutti, un recorrido largo e interesante, según dice la Guía Vallot, que lo cataloga como muy difícil, cotando numerosos pasajes con alta graduación.

Estamos en un tiempo de cambios, sobre todo en lo que a graduación se refiere, así pues pensamos que no será para tanto. Pero nada de carreras maratonianas ni vivacs espartanos con hambre y con frío.
Para escalar esta vía nos plantemos dos cuestiones importantes porque aquí, en el suelo, las condiciones las ponemos nosotros.
Luego, ya veremos lo que imponen las circunstancias.

En primer lugar pensamos ir sin prisa, a nuestro aire disfrutando de la escalada y del entorno. Esto no implica prescindir de la comodidad, o sea que tendremos que llevar buenas mochilas, dentro de un orden. Conviene no olvidar que esto es el macizo del Mont Blanc y que la guía Vallot nos ha avisado que esta es una vía respetable.
Lo de qué llevar en las mochilas lo dejamos a criterio de cada uno y quedamos esta tarde en la estación  de la Aguille du Midi para coger el último teleférico.

... pilares del Mont Blanc du Tacul...

Cuando salimos a la arista  por el túnel de hielo,  una tarde espléndida nos regala  una vez más el fastuoso espectáculo del macizo con todas sus cumbres y glaciares.
Siguiendo el ritual, nos equipamos y dirigimos al Valle Blanco, en busca de la base del pilar.
La idea es localizar la vía y empezar esta tarde, para vivaquear en alguna buena repisa. Así resolvemos hoy todos los prolegómenos, es decir la aproximación, localización y arranque de la vía. Mañana solo tirar para arriba.
Cuando llegamos a la base del pilar quedamos absortos en la contemplación.
Lo primero que impresiona son las dimensiones: desde los 2.900 m. hasta los 4.200 m. sin ninguna concesión en medio, de rampa o pendiente fácil hasta la salida. Son 1.300 metros de escalada pura acabando por encima de los cuatro mil metros de altitud.
Para un ojo habituado a buscar posibles itinerarios se ven diferentes posibilidades. Pero Pedro no está dispuesto a empezar haciendo concesiones. Sacando la guía de la mochila recita con la solemnidad de un notario : “ … tomar un corredor a la izquierda del espolón y seguirlo para salir por la roca en la parte superior “.
Bueno, pues vamos al corredor.

El corredor es corto y enseguida vemos el punto en que pasar a la roca. Le toca a Pedro. Por hablar. Concienzudamente elige el material que piensa utilizar y sin mediar palabra comienza a progresar paso a paso, hasta que lo pierdo de vista. 
Estoy totalmente solo. Disfrutando de una tranquilidad absoluta, en un entorno impresionante. Pero después de un rato inactivo, empiezo a preocuparme.
Está anocheciendo y la cuerda ha dejado de correr hace rato. Algo está pasando. Llamo a Pedro, sereno al principio, después con gritos desesperados.
No pudiendo resistir la incertidumbre, acorto en lo posible la cuerda que nos une y subo , acortándola más, periódicamente, según avanzo, por si alguno de los dos cae.
Al salir de un diedro la cuerda parte en travesía hacia la izquierda y al final de ella veo a Pedro colgado de un pitón, con la mochila abierta y como dormido. Antes de llegar a él intuyo posibilidades de alcanzar una repisa. Subo, la repisa es buena y amplia. Suerte, porque ya es de noche. Me quito la mochila, me pongo la linterna frontal, fijo la cuerda y bajo a buscar a Pedro.
Afortunadamente solo está dormido. Su falta de entrenamiento, la emoción y el esfuerzo le han provocado un mareo, según me cuenta ya en la repisa.

Después de escalar un largo con una mochila muy pesada, nervioso porque se hacía de noche y no encontraba el camino, se detuvo para sacar la guía de la mochila y consultarla. Afortunadamente puso un seguro. Es lo último que recordaba antes de perder el conocimiento por el sobre esfuerzo.
Bravo Pedro. Ha luchado hasta la extenuación.
Acomodados en una buena repisa, la recompensa es ver salir la luna sobre el Valle Blanco  mientras tomamos una sopa caliente metidos en los sacos.
Nada mas acabar de cenar Pedro se queda dormido. Yo sigo despierto admirando la luminosidad que es capaz de sacar de estos glaciares un cuarto creciente y me felicito por estar precisamente donde y como quería estar. No sé cuanto rato después, en algún momento, me quedo dormido también.
Madrugar no supone ningún problema. El pilar está orientado hacia el este, así es que tan pronto amanezca el sol nos dará de lleno.


Desayunamos como en la terraza de un exclusivo hotel de lujo. Después nos preparamos para continuar.
Hoy empiezo yo. Iré de primero hasta que me canse. Después seguirá Pedro. Y así sucesivamente.
El ciclo natural es lo mejor.
Después de un terreno indefinido, siguiendo siempre el filo del espolón, alcanzamos lo que la guía denomina la torre amarilla.
Es decir una parte en la que el espolón, definido y compacto, se vuelve más vertical y toma ese color.

Es media mañana, he descansado bien y  aquí estoy, bajo un sol radiante con un manojo de figureros y una mochila ligera en la que llevo todo lo que necesito. La cuerda cuelga larga bajo mis pies. A mi espalda el decorado es grandioso y, frente a mí,  la roca ofrece uno de los tramos mas delicados de toda la vía.
Si tuviera que decidir cual es el momento de  mayor plenitud en mi vida, tendría que elegir entre un pequeño ramillete del cual, esta sería sin duda una de las mejores flores.

La guía advierte de dificultades sobre el VIº. Nosotros confiados,  pensando que es una publicación antigua, no consultamos la fecha de edición. Pero la guía ha sido recientemente corregida y reeditada. Ahora donde dice sexto grado, es así.
Da igual, la graduación es una información subjetiva que depende del punto de vista de quien la interpreta. Pero  la torre amarilla ha quedado a nuestros pies y eso ya no nos preocupa.
Ahora pasamos a la cara sombría del pilar. Lo primero que se nota es un descenso drástico de la temperatura. Toda esta cara va surcada por un diedro ligeramente desplomado en el que el menor atisbo de humedad se traduce en pequeños carámbanos que cuelgan por doquier.
El frío me hace tiritar en las esperas de las reuniones. No así a Pedro, que se ha empeñado en no quitarse la mochila. Le escucho jadear mientras lucha con los pasajes mas  atléticos.
Unas lajas separadas en la pared desplomada del diedro han acumulado suficiente nieve para que algunos desesperados hayan tallado una repisa en la que vivaquear precisamente aquí. Debió ser hace algún tiempo, pero se ha quedado helado y duro y me parece  un buen sito para hacer la reunión. Esto es un auténtico nido de águilas.
Cómodos si que parece que han estado. Pero yo no habría podido pegar ojo.
Al fin Pedro se rinde ante un paso imposible, cuelga la mochila de un seguro y sigue. La moral es buena porque todavía le quedan ganas de bromear : “ aunque todavía no es tu  santo, aquí te dejo un regalo“. Cuando llego yo tengo que superar el paso con mi mochila puesta e ir liberando la otra de los seguros para que Pedro la pueda subir hasta la reunión con la cuerda auxiliar. 
Por fin llegamos al collado donde se junta nuestro pilar con el Tridente. Aquí  se forma un pequeño circo que es la salida de la vía del Supercouloir, desde donde tenemos una vista impresionante del Capuchino, gigantesco monolito, donde una cordada se esfuerza por alcanzar la cumbre antes de que les sorprenda la noche.

Se está levantando un vientecillo que no presagia nada bueno. El cielo esta empezando cubrirse y a estas horas es evidente que hoy no acabamos. Será cosa de ir buscando un emplazamiento de vivaque.
Una confortable repisa bajo unas lajas es el sitio perfecto. Aquí estaremos cómodos y a cubierto.

Desde hace rato vengo observando que, de vez en cuando, caen algunos copos, pero nada mas instalarnos en nuestro improvisado refugio comienza a nevar copiosamente.
Metidos en los sacos nosotros estamos bien y a cubierto. Pero frente a nosotros, en el Capuchino, del que tenemos una vista privilegiada a través del collado del Tridente, comienza a desencadenarse un drama.

Está oscureciendo, más por la tormenta que por la hora. La cordada que hemos visto, debe haber sufrido algún incidente y ha quedado atrapada en la pared a causa de la tormenta.
Oímos gritos nerviosos. Intuimos, mas que vemos, maniobras realizadas con premura. Es evidente que tienen problemas.

A pesar de la corta distancia que nos separa no podemos acudir en su ayuda. Las horas van pasando y los gritos que antes eran nerviosos, previendo  la catástrofe, ahora son desesperados ante la evidencia. 
Según va pasando la noche, los gritos han dado paso  a quejidos y lamentos. Después el silencio, roto a veces por el bufido previo y el estruendoso estampido de algún rayo en las proximidades, que enseguida amortigua el  manso caer de la nevada. 
La espesa nevada alterna con violentas granizadas y aunque no las vemos, el ruido de las avalanchas es constante. En un ambiente sobrecogedor y a pesar de la angustia que nos produce la suerte de nuestros vecinos, el cansancio nos rinde y quedamos dormidos.
Al despertar un espeso manto de nieve lo cubre todo. El cielo está cubierto y sigue nevando. Jirones de nubes  se cuelan entre las agujas y , como queriendo preservar la intimidad del drama, nos ocultan la visión del Capuchino.

Pero la vida debe continuar. Y nosotros también. Todavía no está del todo recogido el vivaque cuando yo empiezo el siguiente largo. Intuyo que limpio no debe ser muy difícil. 
Pero ahora, cubierto por una gruesa capa de nieve recién caída, es otra cosa. 
Comienza nuestro tercer día en la montaña. El recuerdo de la noche anterior lo tiñe todo y el mal tiempo persiste.
A pesar de todo me encuentro bien. Ligero, ágil y animado.

Alcanzo un corredor a la izquierda del filo del espolón. Está demasiado empinado como para retener la nieve que, recién caída y tan suelta,  se precipita abundantemente en cascada sobre mis hombros. 
Aunque el fondo es de hielo, yo he salido sin ponerme los crampones. Afortunadamente, las numerosas lajas de roca que sobresalen del hielo, me permiten progresar con rapidez. Un mal sitio para caerse, pienso para mi. 
La nevada arrecia por momentos. Tanto que Pedro me comenta que, en vez de escalar, parezco un salmón remontando la corriente de un río. En momentos así uno agradece haber tenido los Galayos por escuela.
Concentrado como voy en mi tarea, a limite  de cuerda, llegando a una repisa descubro a otro escalador que, con  la reunión montada, asegura a su compañero.
Pero ¿de donde han salido estos?, me pregunto. Es igual, le hago un gesto de saludo y cuando intento acceder a la repisa el responde levantando su bota, que lleva los crampones puestos, con  gesto agresivo, amenazando con pisarme.


Asombrado se lo cuento a gritos a Pedro, que no puede dar crédito a lo que está oyendo. Es evidente que la situación es un poco apurada, pero este chico parece sobrepasado por las circunstancias. 
Desde fuera de la repisa intento comunicarme con él, pero no atiende a razones. Por sus hechuras y el acento parece ser inglés. No dudo que haya ingleses capaces de mantener un comportamiento correcto, pero la mala suerte ha hecho que yo todavía no los conozca.
Es igual, ignorando a este hijo de la Gran Bretaña, desde fuera de la repisa coloco un anillo en un bloque y le digo a Pedro que suba.
Cuando Pedro llega a la reunión el guiri ya se ha ido. Ignorando la repisa, continuo escalando. Aunque la visibilidad es escasa, noto que el pilar se va estrechando. Tanto que casi lo puedo abarcar extendiendo los brazos. Veo un pitón del que cuelga un anillo con un mosquetón y unos metros a la derecha unas pendientes suaves de nieve. Son las pendientes cimeras y el anillo es para descolgarse haciendo un péndulo para llegar hasta ellas.

¡Hemos  alcanzado la cima!
Pero no tan deprisa, todavía hay que bajar. Hace un vendaval tremendo. Ya no nieva, pero la temperatura en altitud, ya baja de por sí, empeora por el factor viento, creando una sensación térmica de frío espantoso.
A pesar de lo cual Pedro se toma su tiempo deshaciendo el nudo de la cuerda y pasándola  por el anillo, para poder hacer el péndulo sin usar el  mosquetón de los guiris y así poder recuperarlo.

Mont Blanc de Tacul 4200 metros. 
Apretón de manos y un fuerte abrazo con sonoros palmoteos en las espaldas. Las circunstancias no permiten quedarnos para mucha mas celebración. La visibilidad tampoco permite elegir el camino, así es que será cosa de bajar por donde sea cuanto más rápido mejor.

Ya hace rato que estamos bajando prácticamente a ciegas. No tenemos reloj  y la falta de luz solar no permite calcular la hora. 
La paliza que llevamos encima parece indicar que hoy tampoco llegaremos al valle. No sabemos donde estamos pero ante la enorme acumulación de seracs en la que estamos metidos deducimos que esto debe ser el glaciar. 
Empieza a oscurecer, aunque a nosotros ya nos da igual. Nos metemos en una enorme grieta, en la que una gran bóveda, en forma de cueva, nos protege del viento y de la nieve. Una vez más, metidos en nuestros sacos y cómodamente instalados nos ponemos a fundir nieve. Comemos todo lo que nos queda y después tomamos  té con leche hasta hartarnos.
Después ya recuperados charlamos animadamente de nuestras cosas, como si estuviéramos sentados en el comedor de casa.
De repente caemos en la cuenta de que mañana será el cuarto día en la montaña y la familia no sabe nada de nosotros. Además, con este mal tiempo, seguro que estarán preocupados.
Pero tampoco podemos hacer nada. Bueno será cosa de dormir un poco, que mañana tenemos que madrugar  para bajar lo antes posible.

Después de la tempestad siempre regresa la calma y el cuarto día amanece tranquilo. El azul profundo del cielo contrastando con el blanco radiante de la nieve se combinan en un espectáculo de belleza sobrecogedora. Después de tanto vendaval y tanta precipitación la atmósfera está muy limpia y con una luminosidad extraordinaria.
Enseguida podemos ver donde estamos. Será necesario  subir todo lo que bajamos ayer hasta regresar a la cumbre del Tacul, bajar al collado y subir a la aguille du Midi. Todo esto, con medio metro de nieve polvo llevará su tiempo. Habrá que darse prisa si queremos coger el ultimo teleférico.
Una vez en el valle, ya pasado el susto y después de la explicaciones pertinentes, tendremos tiempo para las celebraciones. Pero ahora hay que continuar. Así es que, una vez más, en marcha.

Efectivamente la celebración fue como para no perdérsela. Pero lo mejor ocurrió cuando alcanzábamos la Aiguille du Midi ya casi al límite de nuestras fuerzas. 
A punto de culminar la arista, con el tiempo justo para coger la ultima cabina.
Mientras hacemos un pequeño descanso, poco antes de entrar en el túnel de acceso a la estación, echamos un último vistazo al macizo  y … ¡Oh sorpresa! Creía que estaríamos solos en todo el macizo. Con este tiempo quien iba a querer subir. Lo cierto es que bajando desde la cumbre del Tacul se distinguen dos puntitos que descienden lentamente.
En tono jocoso pregunto a mi compañero: oye Pedro ¿quién crees tú que pueden ser  esos dos que bajan del Tacul?
Indiferente encoje los hombros y en un pretendido tono inocente comenta: no lo sé, pero no creo que lleguen a coger el ultimo teleférico. Por más que corran les va a tocar vivaquear otra vez. 
Tambaleándonos por las  carcajadas entramos en la estación, con el tiempo justo para coger la última cabina del día. 


... hogar, dulce hogar... camping en Chamonix...

Es difícil olvidar el recuerdo de una aventura así, en buena compañía. Pero por si acaso, todavía guardo colgado en una panoplia repleta de curiosidades, tesoros y trofeos, todas esas cosas que son recuerdos... Entre ellos un mosquetón de no sé qué marca inglesa que me regaló mi amigo Pedro.

(Texto y fotos Juan Lupión)


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